Aunque estudiosos y expertos discrepen sin hallar sitio ni parentezco certero al Dios de las libaciones: Baco, su vínculo con el vino parece ser incuestionable.
Refiere la leyenda que fue él quien encontró el primer indicio de esa planta en uno de sus viajes y para salvarla del sol abrasador, ante el temor de que se marchitara, la introdujo en un hueso de ave. Pero el tallo creció hasta salir por los extremos, por lo que se auxilió de otro de león para preservarla, el que también quedó pequeño con los días, por lo que tuvo que resguardarla luego en otro de asno.
Al llegar a su destino el Dios intentó sacar el arbusto de los tres huesos antes de plantarlo, pero las raíces lo impedían, por lo que tuvo que sembrarlo como estaba. Así el seto creció y dio frutos que Baco dejó madurar, vendimió y prensó para extraerle el jugo.
Extendido el cultivo de lo que luego conoció como vid -Vitis vinifera- se percató de que cuando se bebía moderadamente provocaba la alegría de los pájaros, si se ingería un poco más, inducía la fortaleza del león, pero, si se consumía en demasía, hacía inclinar la cabeza como mismo lo hace el asno. Y fue entonces cuando Baco recordó los tres huesos con los cuales protegió a la vid.
Remota referencia
El Viejo Testamento -Génesis 9:20- quizá constituya la más remota referencia al vino, cuando narra la embriaguez de Noé. Desde aquel tiempo hasta la fecha, mucho se ha escrito, y más aún bebido. El vino transitó por la Grecia antigua, donde se mezclaba con agua, para ser mejor mimado por los romanos, quienes velaron mucho por su calidad con Falernianos de un año de añejamiento.
Otra alusión bíblica al vino es en la en La última cena, donde Cristo lo emplea metafóricamente para aludir a su sangre.
Pero fueron los romanos, junto a fenicios, e incluso los primitivos pueblos celtíberos, quienes con su desenfrenado afán expansionista extendieron el cultivo de la vid donde la fruta se adaptara al clima para, en la actualidad, disponer de unas 40 especies que agrupan gran diversidad de variedades, diferenciadas algunas por la forma de las hojas pero, principalmente, por las características del fruto, lo que distingue desde un principio la bebida.
Los más serios historiadores coinciden en atribuir a Carlomagno el esparcimiento de los viñedos y su cultura acompañante, desde el manejo del cultivo hasta coronar la más exquisita vinificación, empeño que cobra fuerzas en el siglo XII con la aparición de las grandes plantaciones y de los correspondientes mercados, regularmente a la vera de grandes ríos que facilitaban el movimiento del producto desde el viñedo hasta donde se demandaba el vino.
Al parecer, lo imprescindible del néctar en la práctica pastoral -la Sagrada Comunión- llevó a la iglesia a protagonizar el cultivo y el proceso fabril, compartido con renombrados monarcas, que fueron distinguiendo determinadas zonas que hoy sellan la calidad de determinados vinos y bodegas.
La introducción posterior de la botella con corcho favoreció el mejoramiento de los caldos y su conservación, aunque cierta tendencia augura su sustitución por otros materiales ante la posible extinción del alcornoque, en momentos en que aparecen en el mercado hasta vinos enlatados, a la usanza de la cerveza, algo que para los más conservadores constituye un sacrilegio.
Más que simple símbolo
El vestigio más remoto que perdura de la intromisión de España en la Isla es la Cruz de la Parra, una de las 29 dejadas por el Gran Almirante Cristóbal Colón en 1492. Los restos de ese símbolo se conservan en la parroquia de la Ciudad Primada de Cuba, Baracoa, lo que deviene sin dudas evidencia irrefutable de la introducción de la vid en América.
En la Mayor de las Antillas su cultivo se limita a intentos aislados, aunque entidades especializadas como Bodegas del Caribe S.A. incluyen el fomento en su proyección, con zonas de desarrollo hasta ahora localizadas en Banao, Sancti Spíritus; Batabanó, en La Habana y Wajay, en la capital.
Este último sitio identifica el benjamín de los vinos nacionales, Castillo de Wajay, a partir de las primeras cepas aplatanadas en la Isla en una cosecha obtenida seis años atrás con muy buenos resultados.
En la historia de bodegas como las de Torres, el itinerario de la Mayor de las Antillas aparece determinante. Fue precisamente al regreso de un viaje a Cuba cuando Jaime Torres Vendrell, comenzó su expansión con la idea de exportar los vinos de Cataluña a Cuba, Argentina y Puerto Rico.
En franco desbalance
Luego de una tendencia alcista de casi un lustro, la Organización Internacional del Vino (OIV) reconoce que el pasado año la producción mundial decreció 6,9 %, el consumo frenó su ascenso y las exportaciones se dispararon en cerca de 8 %, en una falta total de correspondencia entre los implicados en el gran mercado vinícola.
También discordantes se mostraron los valores, con un marcado encarecimiento que rompe la estabilidad en la baja que motivó la superproducción de 2004.
El área más afectada con la limitación de la fruta fue la Unión Europea con la menor entrega desde década y media atrás - 9,3 % inferior a la producción de 2007- cuando para algunos países como España, el año precedente restaba sus posibilidades en más de 3 470 millones de hectolitros.
La tríada de oro del vino del Viejo Continente, que junto a la península ibérica conforman Francia e Italia, vieron mermar sus bodegas, aunque sin perder el liderazgo, grupo al que aspira Brasil con sólida pretensión, al extremo de ser calificado por las autoridades y especialistas de la rama como el “futuro protagonista del mundo vinícola”.
La suerte carioca signa por igual a otros del hemisferio y a Estados Unidos de Norteamérica, con incrementos notables, en los que determinan los ya bien afamados californianos, cada vez mejor posicionados por su calidad en la escala mundial.
El presidente de la OIV, Federico Castellucci, en su informe anual, indica que la exportación de vinos en general creció 7,1 % mundialmente, listado que mantiene a Italia a la cabeza con 18,8 millones de hectolitros, seguida de España, que superó a Francia como segundo exportador mundial de vinos.
Sin embargo el consumo en esa zona del orbe se considera en caída, fenómeno que se imputa a la pérdida de consumidores tradicionales y una mayor exigencia en la variedad y la calidad.