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Covid-19: El fantasma de la Gran Depresión (3ra. parte)


Martes 26 de Mayo de 2020 | 12:00:00 AM 

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Por: Faustino Cobarrubia Gómez

Es evidente que el coronavirus golpeará con mayor intensidad a los más empobrecidos y producirá tragedias inimaginables, si llega a los países con sistemas de salud inexistente, deteriorada o demolida, como muchos de América Latina y, sobre todo, de África. Se pronostica que las consecuencias económicas del confinamiento de la mitad de la humanidad serán severas

Otro canal de impacto se daría mediante la interrupción de las cadenas globales de valor. Esto afectaría principalmente a México y Brasil, países que importan partes y bienes intermedios desde China para sus sectores manufactureros (en especial en los casos de repuestos para automóviles, electrodomésticos, productos electrónicos y farmacéuticos).

Por supuesto, las economías latinoamericanas se verían perjudicadas por la caída de los precios de los productos básicos (commodities), sobre todo los países exportadores de materias primas en América del Sur. Además la región sufriría una mayor aversión al riesgo de los inversionistas y el empeoramiento de las condiciones financieras globales, lo cual ya es evidente en la fuerte disminución de los índices bursátiles.

Todo esto sucedería en un contexto de menor margen de maniobra para aplicar políticas contra cíclicas que en crisis anteriores. La depreciación generalizada de las monedas latinoamericanas acota el campo de acción de la política monetaria -unos tipos de interés más bajos contribuyen a relanzar la actividad, pero también avivan la salida de fondos-.

Ese es, precisamente, el mayor desafío regional en este punto: la muy limitada capacidad de aplicar estímulos, en un momento en que la fuga de capitales está en el inmediato orden del día. En el plano fiscal, también existen escasos grados de libertad de acción, en la medida en que los volúmenes de deuda pública se han duplicado desde 2009, en gran parte de las economías de la región. Solo unos pocos países con espacio fiscal o monetario, y con suficientes reservas internacionales podrán responder al choque. Tiempos recios sin pócimas mágicas.

En síntesis, con el desplome de Wall Street, el derrumbe del precio del petróleo, el brusco freno del aparato productivo chino, la recesión global ya en curso, y cada día más gobiernos cerrando fronteras o pidiendo a sus ciudadanos que se queden en casa, el panorama económico se ve desolador, particularmente para las naciones subdesarrolladas.

Es evidente que el coronavirus golpeará con mayor intensidad a los más empobrecidos y producirá tragedias inimaginables, si llega a los países con sistemas de salud inexistentes,  deteriorados o demolidos, como muchos de América Latina y, sobre todo, de África.

¿Hasta cuándo y hasta dónde?

En la medida que la crisis económica mundial se profundiza y que la enorme factura de la pandemia se constituye en un hecho efectivo e irreversible, pasan a primer plano las preocupaciones asociadas a la profundidad y duración de la recesión. “¿Adónde vamos?”, se preguntaba Claudio Borio, jefe del Departamento Monetario y Económico del Banco Internacional de Pagos (BIS), el coordinador de los bancos centrales.

Existe consenso en que la recesión debería ser superior a la registrada después de la crisis de 2008 y algunos temen una gran depresión similar a la que sufrió el mundo después del crack de 1929, es el caso de Joan Roses, responsable del Departamento de Historia Económica de la London School of Economics. Mientras economistas como Kenneth Rogoff, ven trazas de la crisis de los setenta revivida, cuando el embargo petrolero de los países del Golfo cuadruplicó el precio por barril y dañó la sala de máquinas de las economías occidentales.

En tanto, en un artículo publicado a mediados de marzo, el semanario británico The Economist señala que a medida que la economía se sumerge en un apagón prolongado, algunos analistas creen captar en las crecientes perturbaciones económicas y el pánico del mercado, las primeras agitaciones de un colapso más grave que el de la crisis financiera mundial de 2007-2008.

En este contexto y en ausencia de una acción suficientemente agresiva por parte de los gobiernos, agrega el texto, el mundo podría enfrentar un colapso del mercado y la consiguiente depresión. Un pequeño grupo de economistas esperan que el corazón del reactor financiero pueda volver a partir sobre bases sólidas y llegar a una rápida reactivación que permita a los Estados borrar los costos faraónicos que tendrá la crisis agravada por la pandemia del coronavirus.

En aras de calcular la dimensión del impacto, es necesario partir del hecho de que la pandemia ha venido a inyectar una presión adicional a una economía global que ya venía en picada y que solo creció 2,9 % en 2019, el nivel más bajo desde la gran crisis de 2008-2009.

Antes del azote del nuevo coronavirus, la actividad económica se ralentizaba hasta detenerse en la mayoría de las principales naciones capitalistas y en las economías “en desarrollo” del “Sur global”: creciendo apenas 1 %, las economías de la Unión Europea (UE) y Japón lucían anémicas; Estados Unidos estaba al borde del “jaque mate” con su histórica expansión exhausta -errático dinamismo en torno al 2 % anual-; y las principales economías emergentes de Brasil, México, Turquía, Argentina, Sudáfrica y Rusia estaban básicamente estancadas, en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).

Mientras, las enormes economías de India y China también se desaceleraron significativamente en el 2019; sobre todo la última cayó hasta 6,1 %, su resultado más bajo desde 1990. Muchas otras se contraían o estaban al borde de este proceso.

Se empina la curva recesiva

A todas luces, el daño económico de la pandemia se anticipa considerablemente. El coronavirus detonó las fuertes tensiones previas de los mercados y los enormes desequilibrios que acumula el capitalismo contemporáneo. Los intentos de los gobiernos por achatar la curva epidemiológica derivan en un empinamiento de la curva recesiva. Esta contradicción invade la escena a pasos agigantados.

Aunque algunas personas pueden trabajar desde casa, esto sigue siendo una pequeña fracción de la fuerza laboral total. Incluso si trabajar desde el hogar es una opción, la interrupción a corto plazo de las rutinas laborales y familiares con toda probabilidad afectará la producción.

En resumen, la mejor política de salud pública parece sumergir a la economía en una repentina paralización.  Como dijo Marx: “Hasta un niño sabe que una nación que dejara de trabajar, no diré que por un año, sino por unas semanas, perecería” (K Marx a Kugelmann, Londres, 11 de julio de 1868). Todos lo saben: las consecuencias económicas del confinamiento de la mitad de la humanidad serán severas.

A estas alturas, pocos economistas dudan que las caídas del PIB en Europa y EE.UU. serán del orden de 15-20 % en el primer y segundo trimestres de este año, registros solo vistos en la Gran Depresión de 1929.

Desencadenada en EE.UU., la onda expansiva de la crisis se difundió con la rapidez de un rayo al resto del mundo y tuvo, in fine, consecuencias similares. Entre 1929 y 1932, la inversión se contrajo 89 % y el PIB cayó 26 % en Estados Unidos y 17 % en el resto del planeta, mientras el intercambio comercial se redujo en 50 %.

Más de 12 millones de trabajadores norteamericanos en ese periodo perdieron sus empleos (un cuarto de la población activa) y más de 100 millones de personas quedaron en la calle en el resto del planeta (33 % en varios países europeos), todos condenados a hacer interminables colas durante horas en las “ollas populares” para poder comer, según John Kenneth Galbraith, el economista que mejor ha estudiado ese periodo. La causa de la depresión fue el pinchazo de la burbuja en los mercados de acciones.

Pero esta vez, los impulsos recesivos no tienen como disparador inmediato ni quiebras bancarias -que aún no sucedieron- ni los desplomes bursátiles consecutivos -aunque Wall Street perdió hasta ahora todo lo ganado durante la era Trump- sino que la situación se presenta invertida.

El riesgo bancario y los desplomes bursátiles, han sido precipitados por la parálisis contractiva producida por cuarentenas y cierres de frontera con los que múltiples gobiernos pretenden -en muchos casos tardíamente y en la mayoría de estos, con sistemas de salud destruidos por años de neoliberalismo- detener la pandemia.

Es la producción, el comercio y la inversión lo que primero se detiene cuando las tiendas, escuelas y negocios se cierran para contener la pandemia. Un shock de la oferta.

Otra de las grandes diferencias de esta crisis es que el impacto es secuencial: como si de un tsunami se tratase, el virus golpeó primero a China; luego llegó a Irán, Corea del Sur, Italia y al resto de la Unión Europea; hasta expandirse al mundo entero, incluido Estados Unidos, ahora oficialmente convertido en epicentro de la pandemia. Esta seguirá golpeando a diferentes países, de maneras diferentes y en diferentes momentos temporales.

La no sincronización complica la salida: puede prolongar su duración, crea problemas adicionales sobre el comercio e indica la urgencia de coordinación internacional: no hay forma de actuar aisladamente.

Así pues, el impacto económico de una cuarentena viral es imposible de modelar. Los modelos de predicción pueden saltar por los aires cuando aparece un “cisne negro” como la actual pandemia: moldear su impacto significaría saber cuánto durarán las necesarias medidas de emergencia y qué tan bien responderá el Gobierno, y hacer este pronóstico con cierto grado de precisión. El problema, por tanto, es anticipar cuánto tiempo va a durar la fase de incertidumbre radical y qué daños dejará en el sistema; es decir, cuándo podremos volver a fiarnos de los modelos macroeconómicos.

* Especialista y Jefe del Departamento de Comercio Internacional del Centro de Investigaciones de la Economía (CIEM)

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