Es un beneficio común inestimable la defensa de las playas contra embates naturales que las degradan y depredadores que se apropian de arena o contaminan ecosistemas marítimos, por ignorancia o afán de lucro.
De las acciones benefactoras salen ganando la naturaleza, el hombre mismo y la economía nacional, pues esta provee fondos que financian los programas de desarrollo y asistencia social.
Las playas cubanas representan uno de los activos más importantes del país, por su evidente significado para la industria turística, que ha pasado a ser motor impulsor de numerosas ramas de la producción y los servicios.
Cuando en 1998 por vez primera la playa de Varadero recibió más de un millón de metros cúbicos de arena para reponer fallas originadas por fenómenos naturales y la sistemática depredación de que fue objeto ese sustrato durante años, muchas personas quedaron estupefactas.
Se trataba del inicio de un gran proyecto permanente de beneficio ambiental, vinculado a la economía, que siete años después rebasa los cinco millones de dólares y exhibe apreciables logros en el restablecimiento y conservación de los amplios arenales en el balneario más famoso de Cuba.
En ese empeño constante se involucran el lnstituto de Oceanología, otros centros del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente y entidades turísticas.
La lucha contra la erosión, la reforestación adecuada de áreas verdes, la necesidad de impedir el surgimiento de plantas indeseables, la erradicación de construcciones en lugares indebidos y la normación de las nuevas edificaciones con arreglo a criterios científicos, son objetivos esenciales de ese plan.
Por supuesto, la formación de actitudes conscientes de conservación y provechos no es tarea de un día, requiere del sistemático trabajo de entidades científicas, administrativas, educacionales y, sobre todo, de organizaciones sociales que promuevan actividades participativas con niños y adultos.
Desde los grandes balnearios aledaños a majestuosos hoteles, hasta las más humildes playitas de bahías o litorales, cuya romántica atmósfera dimana de un entorno virgen, deben ser defendidos como lo que son: verdaderas joyas de la naturaleza para el disfrute de todos.