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La Resolución No. 80 del Banco Central de Cuba y el valor del dólar

El billete verde se ha convertido en una moneda débil, que provoca pérdidas a sus tenedores y, todo parece indicar que esa tendencia descendente inevitablemente se acentuará en el futuro previsible


Sábado 20 de Noviembre de 2004 | 12:00:00 AM 

Autor

Santiago Díaz Paz

La Resolución No. 80 del Banco Central de Cuba (BCC) cumplió adecuadamente todos sus objetivos y esto, en castellano claro, expresa que su concepción y aplicación han constituido sendas victorias.

Más allá de lo concreto e inmediato, hay otros resultados dignos de destacarse. Ante todo, el Sistema Bancario Nacional ha respondido siempre a los intereses de la Revolución. Ahora, también propondrá políticas dirigidas a impulsar un crecimiento no inflacionario de la economía y el empleo, y aplicará los métodos más actuales de las finanzas internacionales modernas. Ello, desde luego, es muy bueno para la institución y sus especialistas.

Hay, sin embargo, un aspecto al que algunos economistas no le conceden la importancia que, en nuestra opinión, tiene: el dólar se ha convertido en una moneda débil, que provoca pérdidas a sus tenedores y, todo parece indicar que esa tendencia descendente inevitablemente se acentuará en el futuro previsible. En consecuencia, desdolarizar nuestra economía y reducir al mínimo o a cero nuestra dependencia del billete verde norteamericano se convierte en ganar salud para las finanzas nacionales.

En efecto, la economía mundial refleja enormes desequilibrios. Algunos países, muy pocos, con Estados Unidos bien a la cabeza, presentan grandes déficits en sus balanzas de pago, mientras que otros países, de manera muy particular, los de Asia Oriental, exhiben impresionantes superávits.

Las economías de Asia Oriental han aplicado desde hace décadas, un proyecto basado en la constante expansión de sus exportaciones y, en consecuencia, han adoptado un sistema monetario competitivo en el escenario internacional. Por otra parte, estos países muestran una clara propensión al ahorro y no al consumo y ello se ha hecho más evidente desde la última crisis asiática, ocurrida entre 1997 y 1998.

Lo anterior queda evidenciado, de manera incuestionable, cuando comprobamos que las Reservas Internacionales de Divisas de estos países ascendían en junio de 1997, a 712 000 millones de dólares, pero en la actualidad totalizan 2 265 millones de millones de dólares, lo cual implica que, en alrededor de seis años, se han incrementado en 1,55 millones de millones en igual moneda.

Mientras la parte asiática de nuestra historia se comporta así, la contrapartida occidental, con Estados Unidos bien a la cabeza, solo acumula deudas. El enorme déficit en cuenta corriente de Estados Unidos ya equivale al 5,7% de su PIB y se calcula que este año totalizará 662 000 millones de USD y absorberá, como financiamiento de ese enorme agujero, por lo menos, el 75 % de todos los ahorros anuales del resto del mundo, aunque esta cifra se reduce sustancialmente, si deducimos las inversiones internacionales estadounidenses en el resto del mundo.

A lo anterior se une el gatillo alegre y el bolsillo sin fondo de la administración Bush. Esa administración ha exhibido una diáfana posición clasista. Las tres reducciones impositivas decretadas han favorecido claramente a los sectores más enriquecidos de la sociedad norteamericana y ello es una de las razones de que la recuperación económica iniciada en noviembre de 2001 haya sido vacilante. Es fácil constatar, por ejemplo, que Bill Gates, el hombre más rico del mundo, no consumirá más, aunque Bush le regale varios cientos de millones de dólares de los impuestos pagados. Por el contrario, si el beneficio impositivo hubiera favorecido fundamentalmente a los sectores medios y bajos de la sociedad, que siempre tienen necesidades postergadas, ello se hubiera traducido en un importante incremento de la demanda que hubiera dado fuerte impulso a la producción y el empleo.

Unamos a esto los enormes gastos incurridos en la guerra de Iraq, en la carrera armamentista y un impulso general del gasto y el total excederá cómodamente de los 400 000 millones de dólares, récord histórico para el déficit fiscal anual de Estados Unidos. De tal manera, la suma del déficit fiscal y del déficit en cuenta corriente, constituyen un monto que excede fácilmente un millón de millones de dólares y equivale al 8,33 % del PIB estadounidense.

Las estadísticas que aquí aportamos resultan muy preocupantes, porque Estados Unidos tiene un enorme peso en las relaciones económicas internacionales, pues representa el 30 % de la economía mundial, el 17 % del comercio internacional y el 45 % de la capitalización global de los mercados financieros. El impresionante desequilibrio financiero explica que el índice ponderado del dólar, negociado a futuro en Chicago y que representa el comportamiento del dólar frente a las monedas de los seis principales socios comerciales de Estados Unidos, ha perdido el 15 % de su valor, desde febrero de 2002 y un 8 % frente al euro, solo en los dos últimos meses y no puede resultar sorprendente que la moneda canadiense se sitúe a su mayor nivel en relación con el billete verde en los últimos 12 años.

Para que usted lo vea con mayor claridad. Si el BCC hubiera depositado en sus bóvedas cien millones de dólares, a mediados de septiembre, hubiera ya perdido ocho millones de USD, como valor de compra frente a la moneda común europea. Pero no se alarme esto no hace más que comenzar.

La situación del dólar no es la misma en relación con todas las monedas. Es evidente que el euro, la libra, el franco suizo y el yen, así como las llamadas monedas commodities, es decir, las divisas de Canadá, Australia y Nueva Zelanda están claramente apreciadas frente al billete verde; pero seis monedas asiáticas: el wong coreano, los dólares de Taiwán y Singapur, la divisa de Tailandia, el peso filipino y la rupia de Malasia, están depreciadas frente al billete verde norteamericano, aunque en diferentes grados. El yuan chino, según la opinión de algunos especialistas, está subvalorado en un 40 %, lo cual considero una exageración.

Nadie duda de que Estados Unidos está obligado a reducir sus dos déficits gemelos o el dólar, más pronto que tarde, entrará en una grave crisis que exigirá elevar las tasas de rendimiento de sus bonos, para que los inversionistas los compren, lo cual, probablemente, llevaría el país a la recesión, dado el enorme endeudamiento de empresas y consumidores.

Igualmente, existe pleno consenso de que esa terapéutica exige que el dólar se deprecie mucho más y que los países asiáticos acepten que sus monedas se aprecien en relación con el dólar. Todo parece indicar que los países asiáticos han aceptado realizar ese esfuerzo, como contribución “voluntaria” para ir normalizando los grandes desequilibrios que hoy exhiben la economía y las finanzas mundiales.

Sin embargo, ello ocurrirá en un plazo indeterminado, posiblemente dentro de los próximos 12 meses, y si alguien espera que China esté dispuesta a revaluar el yuan en 40 %, seguramente, será considerado como un orate.

¿Por qué se hacen estos “voluntarios” esfuerzos? Estados Unidos es la principal potencia importadora del mundo y los países asiáticos desean evitar que asuma políticas claramente proteccionistas. En realidad, las estadísticas demuestran que Estados Unidos y China son las dos grandes locomotoras que, en la actualidad, impulsan la economía mundial.

Durante los primeros nueve meses de este año, la economía china creció al 9,5 % y su inversión bruta fija a un impresionante 29,9 %. Ello se ha reflejado, nítidamente, en el precio del petróleo y demás commodities. En igual lapso, las exportaciones chinas crecieron 35,3 %, pero las importaciones aumentaron aún más, al incrementarse en 38,2 %. De ahí, que el superávit comercial del período haya sido muy pequeño, solo alrededor de 4 000 millones de dólares. Queda claro que, cada día más, el llamado factor chino resulta muy importante para la economía mundial.

Todos coinciden en que la caída del dólar contribuirá a mejorar la crítica situación que exhibe el déficit comercial externo de Estados Unidos. Yo creo que sí, que así será, pero no soy tan optimista, como para pensar que esa es una fórmula mágica. Me pregunto ¿cómo superar la clara propensión al ahorro que muestra la mayoría de los países asiáticos incluido Japón, y en menor medida los europeos? Esta propensión al ahorro tiene profundas raíces culturales en el caso asiático y en Europa son la resultante de un elevado nivel de inseguridad laboral. Nada dice que la situación económica de Europa será mejor el próximo año. Por el contrario, no tengo dudas de que será peor. Entonces, ¿por qué los europeos van a incrementar su consumo personal, aunque el dólar haya descendido de manera apreciable?

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