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Lucha contra la viruela

A más de dos siglos, continúa vigente el método del eminente científico


Miércoles 11 de Febrero de 2004 | 12:00:00 AM 

Autor

Francis Norniella

Poco después del comienzo de la colonización de América, una epidemia de viruela, iniciada en Europa, se extendió y azoló al Nuevo Mundo, donde llegó a matar la mitad del total de enfermos, destaca la AIN.

Fiebre elevada, malestares, postración, dolor de cabeza y el brote generalizado de vesículas postulantes eran los síntomas del mal, del cual Cuba no quedó exenta.

Según cronistas de la época, el primer contagiado en los territorios de ultramar fue un esclavo, en 1520, y desde entonces la enfermedad se propagó como pólvora, diezmó a tribus com pletas de indígenas y sólo en México -en apenas una centuria- cobró 18 millones de vidas, alrededor del 90 % de su población.

El adverso escenario persistió, y 200 años después alteró la línea de sucesión de reinados en Europa, al aniquilar a cinco monarcas.

En los siglos recientes se convirtió en uno de los padecimientos más temidos. Todavía en 1967, cuando la Organización Mundial de la Salud lanzó un plan intensivo para erradicarlo, el antiguo azote amenazaba al 60 % de la población del planeta, mataba a una de cada cuatro víctimas, marcaba con cicatrices o cegaba a la mayoría de los supervivientes, y rechazaba todo tratamiento.

En Cuba el último caso ocurrió en 1949. A escala universal, sin embargo, no fue hasta 1980 que se declaró la victoria definitiva sobre la que constituyó una de las dolencias infecciosas más letales de la historia.

La lucha contra la viruela tuvo como precursor en la Isla al médico Tomás Romay Chacón (1764-1849), quien el 12 de febrero de 1804 introdujo y comenzó la propagación de la vacuna antivariólica.

Pocos días antes había arribado a La Habana, procedente de Puerto Rico, María Bustamante, quien en ese país había hecho vacunar a su hijo y a dos niñas sirvientas. De las pústulas de los brazos de estos menores tomó Romay el inóculo y procedió a realizar las inmunizaciones.

Hasta ese momento se practicaba en el país -a partir de una experiencia europea- la variolación, consistente en la inoculación con el pus de las viruelas humanas, por lo que el procedimiento de Romay abrió el debate sobre la efectividad de su método.

Para probar la eficacia, el galeno acudió a una demostración pública: dos de sus pequeños hijos (uno de ellos de apenas 29 días de nacido), previamente inmunizados, fueron inoculados con el pus de un enfermo de viruelas y no contrajeron la enfermedad.

Con el pus de tres granos, vacunó a 42 personas. La efectividad de tal práctica, demostrada en la disminución acelerada del número de casos, dejó sin argumentos a los escépticos.

El 13 de julio de 1804 quedó constituida en La Habana la Junta Central de Vacuna, de la cual el sabio cubano fue Secretario Facultativo, cargo que ocupó por más de tres décadas.

No obstante haber cesado en estas funciones por motivos de salud, continuó administrando la vacuna contra la viruela hasta poco antes de su muerte, ocurrida el 30 de marzo de 1849.

Hoy, a la distancia de dos siglos, la medicina cubana reverencia a Romay, iniciador del movimiento científico moderno en el país.

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