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La metamorfosis de la crisis económica global

Hace más de un año, quizá la peor crisis económica padecida por el sistema capitalista recorre el mundo con una intensidad y crudeza tal que ha removido los propios cimientos del Consenso de Washington y sus dogmas neoliberales, a la vez que ha desgastado aún más la credibilidad de las principales instituciones internacionales, las cuales en repetidas ocasiones han visto hacerse añicos sus pronósticos que intentan llamar a la calma.


Viernes 26 de Febrero de 2010 | 12:00:00 AM 

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A principios de 2009, mientras esas instituciones encabezadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronosticaban que el “trauma” sería breve y de escasa intensidad; la economía mundial se hundía cada vez más en el abismo.

Lo ocurrido en los dos primeros trimestres del año pasado fue una verdadera tragedia económica. El producto interno bruto (PIB) conjunto de las 31 principales economías del mundo agrupadas en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) registró el mayor retroceso desde 1960. En junio de 2009, la actividad económica en Estados Unidos había acumulado un descenso de 3,8 % durante cuatro trimestres consecutivos, por primera vez desde la Gran Depresión de 1930.

Para ese entonces, también las economías de la Unión Europea (UE) habían sufrido durante cinco trimestres consecutivos la más profunda, larga y amplia recesión de su historia. La caída de la economía de Japón desde marzo de 2008 tampoco dio tregua hasta el segundo trimestre de 2009: el cuarto trimestre de 2008 y el primero de 2009 clasifican como los peores para la economía nipona desde 1945.

Según las cifras oficiales publicadas -quién sabe hasta dónde maquilladas o amañadas-, desde el segundo-tercer trimestre de 2009 existe un repunte gradual y progresivo de algunas “variables económicas fundamentales” (PIB, Consumo, Bolsa de valores), lo cual ha generado una euforia triunfalista en torno a que “lo peor ya pasó”.

Las principales autoridades económicas internacionales se han fundido en un gran “concierto de voces” para proclamar el fin de la crisis económica global casi por decreto. “Es una recuperación importante después de la caída libre del comercio internacional, la producción industrial, los precios de activos y de la disponibilidad de crédito mundial que amenazaban con orillar a la economía mundial hacia el abismo de una nueva Gran Depresión a principios de 2009”, resaltan los expertos.

En su más reciente informe semestral Perspectivas Económicas Mun-diales, el desprestigiado FMI, al que pretenden colocar de nuevo en el timón de la economía mundial, asegura que la recuperación está en marcha gracias al “…fuerte desempeño de las economías asiáticas y la estabilización en el resto del planeta”. Para 2009 pronosticó una contracción de hasta 1,1 %, tres décimas menos que lo previsto en julio pasado; mientras que en 2010, vaticina un crecimiento de 3,1 %, seis décimas más que su anterior cálculo.

El Banco Mundial no se ha quedado atrás y en su informe Previsiones Económicas Mundiales de principios de 2010, estima que en el actual año el PIB global crecerá 2,7 % en lugar de 2 %.

¿No deberíamos estar celebrando que en vez del derrumbe sistémico que todos temían a principios del año pasado haya estos “brotes verdes”?

La verdadera historia detrás de esos pírricos resultados, es una descomunal movilización de dinero (no menos de 20 millones de millones de dólares, equivalente a más de 30 % del PIB global) a través de masivos planes de rescate financiero y estímulo económico puestos en práctica, unos tras otros, por los diferentes gobiernos, sobre todo de los principales países del mundo (Estados Unidos, Unión Europea, Japón, y China, entre otros).

Es decir, el estado capitalista, otrora el villano de la economía según la lógica neoliberal, ha salido a cumplir con su compromiso esencial con los especuladores fracasados a los cuales intenta rescatar incluso al precio de hundir en el desempleo y la pobreza a los protagonistas de la economía real y con ello ahogar la demanda solvente necesaria para sacar a la economía del colapso. En este sentido, los planes de rescate son la antítesis de la receta keynesiana.

Como sostiene Simon Johnson, ex economista jefe del FMI “…la industria financiera, en efecto, ha capturado al gobierno de EE.UU… y la recuperación fracasará a menos que rompamos con la oligarquía financiera que está bloqueando la reforma esencial”.

Una nueva “burbuja” especulativa se ha reciclado, no ya con dinero proveniente del sector privado, sino con fondos públicos (de los impuestos pagados por toda la sociedad) puestos compulsivamente al servicio de un nuevo ciclo de rentabilidad capitalista al margen de una ascendente crisis de la economía real que marcha por vía paralela.

Con los rescates, la burbuja de los llamados derivados financieros ha escalado hasta nuevos niveles peligrosos a la vez que se ha inflado el mercado de valores hasta límites insostenibles. En septiembre de 2009, el Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés) advirtió que “el mercado mundial de derivados se recuperó en 426 000 millones de dólares durante el segundo trimestre pues regresó el apetito de riesgo, pero el sistema sigue siendo inestable y propenso a las crisis”. La institución señaló que

“…el mercado de derivados plantea grandes riesgos sistémicos” en el sector financiero internacional, y que el peligro es que los reguladores volverán a fallar al ver que las grandes instituciones han tenido una mayor exposición de la que pueden manejar en condiciones de shock. El uso de derivados por parte de los hedge funds y similares puede crear grandes y escondidos riesgos”.

Los voraces tiburones financieros han hecho un festín con los millones de millones que les han otorgado: mejoraron sus estados financieros, repartieron escandalosas regalías a ejecutivos en pago por su fracaso y compraron o absorbieron otros bancos en situación más precaria aún, pero el crédito no se restableció. Más aún, como adictos regresaron al juego especulativo y de nuevo subieron las apuestas para recuperar lo perdido. Pretenden así hablar de recuperación. El “capital ficticio” busca, en otras palabras, nuevas “ganancias ficticias” ya que no invierte en la economía real, situación que precisamente ha sido la causa de la crisis. Es la recuperación del capital ficticio rumbo a un colapso mayor.

Al ofrecer enormes paquetes de rescate a bancos comerciales y firmas de valores, señalan varios economistas, los gobiernos les dieron una especie de seguro contra catástrofes y un incentivo para asumir riesgos aún mayores en el futuro.

Por lo tanto, más que una reanimación económica en rigor se trata de la formación de una nueva y más riesgosa burbuja inflada con el aire de la deuda pública de los gobiernos de los principales países capitalistas encabezados por Estados Unidos.

El crecimiento de los años 1990 estuvo acompañado de la formación de una burbuja que se infló con el aire de las empresas de la alta tecnología, y el crecimiento posterior a la crisis de 2001 se acompañó de una más gigantesca burbuja que se infló con el desarrollo de la industria inmobiliaria.

En ambos períodos, el gran componente especulativo tenía algún apoyo sobre elementos de la economía real. Los actuales “síntomas” de burbuja parecerían no tener más sustento que lo que Marx denominó el más ficticio de los capitales ficticios por su carencia de contraparte real: la deuda pública.

LA DIMENSIÓN DEL PELIGRO DE LA NUEVA BURBUJA FISCAL

En Estados Unidos, la primera economía del planeta, el déficit presupuestal (necesidad de financiación del gobierno) alcanzó el nivel record de 1,4 millones de millones de dólares en el año fiscal 2009. La deuda pública estadounidense ya sobrepasó su tope autorizado de 12,374 millones de millones de dólares -alrededor de 85 % del PIB del país- y en el pasado mes de febrero el Congreso tuvo que proceder al aumento hasta 14,294 millones de millones de dólares de ese límite en el gasto. Las obligaciones del gobierno estadounidense están creciendo a un ritmo superior a 20 % anual y muy pronto pudieran ir más allá de 100 % del PIB de la nación. Con todo, en el año 2009 la economía estadounidense sufrió una caída de 2,4 %, la mayor desde el año 1946.

La crisis ha borrado del mapa fiscal estadounidense 11 % de los ingresos, cuyo descenso no parece tener freno a la vista. Existen 100 000 millones de dólares del presupuesto de la actual administración demócrata comprometidos con la creación de empleos y otros 25 000 millones de dólares reservados para el socorro de 40 estados que permanecen al borde de la bancarrota. Obama pretende gastar enormes sumas de dinero para sostener un sistema de educación totalmente fallido y llevar a cabo una reforma de salud que busca garantizar la cobertura universal.

Los 19 bancos estadounidenses principales son todavía insolventes y muchas entidades financieras continúan en el callejón sin salida de los activos “tóxicos”, sin que nadie sepa su monto actual porque es muy difícil evaluar el valor de esos préstamos carentes de respaldo real, incobrables y porque probablemente lo mejor es no enterarse de su escaso valor verdadero. De la parálisis del sistema crediticio se ha pasado a la insolvencia de los bancos. No solo el gobierno de Estados Unidos está en quiebra, sino también muchos otros en el resto del mundo. Este año, la deuda pública como proporción del PIB podría alcanzar 82 % en Reino Unido, más de 100 % en el Grupo de los 20 países líderes industrializados y emergentes (G20); 85 % como promedio en la Unión Europea, excepto en Italia donde llegaría a 120 %; y 227 % en Japón. Sin dudas, el miedo se está desplazando, desde la banca privada hasta la deuda soberana.

Como Argentina en 2001, algunas economías se encaminan hacia el inevitable colapso de la deuda soberana. Tras Irlanda, al frente en la carrera por la aplicación de programas de ajuste fondomonetaristas, en febrero de 2009 tocó el turno a Grecia para adoptar restricciones presupuestarias políticamente difíciles y evitar un deterioro inexorable de su deuda pública. Pero con Grecia no terminará la historia.

Más temprano que tarde, habrá que salir al rescate de otros países que inevitablemente tendrán que enfrentar incumplimientos de pagos de sus obligaciones y reestructuraciones, particularmente Portugal, España, los países del Báltico, e incluso Bélgica e Italia.

En las actuales condiciones, esas economías no tienen capacidad para generar suficientes ingresos para siquiera enfrentar el pago del servicio de la deuda. A pesar de todo lo anterior, el FMI asegura que “es demasiado temprano para retirar las medidas de estímulo gubernamental”, las cuales recomienda mantener hasta que “la mejora de la demanda interna sea sostenible” para cimentar la recuperación. Existe un creciente temor de que las presiones de los mercados para el abandono de las medidas excepcionales de estímulo (fiscales y monetarias) y el impulso de políticas de austeridad pueda hacer recaer a las economías, ya que para mantener la burbuja se necesita del apoyo de los fondos públicos. El problema con las burbujas es que se rompen.

La mayoría de los analistas (entre ellos los Nobel de Economía, Krugman y Stiglitz) coinciden en que un retiro de los billonarios subsidios estatales a las macro empresas y gigantes bancarios (que impulsan el actual récord del Dow Jones) va a provocar una recaída de la crisis financiera. Y la capacidad de los gobiernos de Estados Unidos, Europa y Japón para continuar expandiendo el gasto en nuevos planes de rescate ni es infinita, ni es inofensiva para esos países.

“La principal historia de 2010 en EE.UU. podría ser la reacción de la economía cuando el gobierno retire el respirador artificial. El consenso es que el sector privado tomará la batuta, pero los riesgos negativos para la economía a medida que la ayuda federal desaparezca son significativos”, apunta The Wall Street Journal el vocero más influyente del sistema financiero imperial.

UNA QUIMERA: REVIVIR EL CONSUMO

Sin duda, una de las fuerzas que impulsaron el crecimiento mundial en las últimas décadas fue el desaforado gasto de los consumidores estadounidenses. Y uno de los primeros indicios de que la recuperación ha llegado son algunos indicadores como las cifras de venta de los comercios de EE. UU. El consumo de las familias estadounidenses aporta más de 15 % del PIB mundial. Sin embargo, existen varias razones por las que este repunte puede ser un “canto de cisne”, entre ellas: la elevada montaña de deudas de las familias estadounidenses presiona para aumentar el ahorro; el aumento del gasto de consumo ha sido alimentado extraordinariamente por medidas del Gobierno difícil de mantener en el futuro (cheques fiscales y subsidios para la compra de automóviles) y, por último, el desempleo seguirá creciendo en Estados Unidos.

Los consumidores norteamericanos se enfrentan a la perspectiva de un golpe por partida triple. A medida que cae el dólar y las importaciones resultan más caras, tienen que pagar precios más altos por los bienes que compran. Y el gobierno pretende gastar menos en el flujo circular de la economía a causa del congelamiento por tres años del gasto público a que ha procedido el presidente Obama para desacelerar los déficits presupuestarios. Entre-tanto, los estados federados y las ciudades están elevando los impuestos para equilibrar sus presupuestos, menguados por la caída de ingresos fiscales. Los consumidores, y en verdad la economía toda, tiene que endeudarse más profundamente para mantener el umbral de rentabilidad (o ver cómo se desploman los niveles de vida).

El problema es que los trabajadores y los consumidores se han ido endeudando más y más, y ahorrando cada vez menos. Estamos, pues, en el extremo opuesto al pronosticado por Keynes. Solo 10 % más rico de la población ahorra cada vez más, generalmente en forma de préstamos al 90 % situado más abajo. Ahorrar menos, no obstante, va de la mano con consumir menos, a causa de la renta extraída por el sector financiero del flujo de la economía “real” (de los que ganan un salario y gastan su ingreso en la compra de los productos que producen) en forma de servicio de la deuda contraída. El sector financiero extiende su tentáculo alrededor de la economía de producción y consumo. Así que la incapacidad de consumir es parte del problema de la deuda.

El trauma representado por las pérdidas de la vivienda, de la cobertura sanitaria o del puesto de trabajo, o simplemente el vivir a un paso del desastre, contribuirán probablemente a moldear durante años el comportamiento económico. Los ahorros personales seguirán creciendo en la medida en que los hogares sientan la necesidad de construir un nido mayor para capear el temporal y enfrentarse a la pérdida de valor de sus activos inmobiliarios, a la caída de sus cuentas de jubilación y a la posibilidad de perder sus puestos de trabajo. Este cambio fundamental en el comportamiento de los consumidores apunta a una actividad económica menor, a una reducción de inventarios, a más despidos y menguados beneficios empresariales. Se necesitarán años, tal vez una década, si no más, para reconstruir los equilibrios presupuestarios de los hogares y restaurar la economía real.

En lo que se refiere a la demanda exterior asistimos a una completa saturación, ahora todo el mundo quiere exportar con el fin de encontrar al consumidor ávido o la empresa inversora en el vecino, al no encontrarlo en su propio país.

LA PEQUEÑA LUZ DE ESPERANZA

Algunas economías emergentes, que no solo no se han hundido, sino que han aguantado el chaparrón de la crisis mucho mejor que las economías avanzadas en general, son las que inspiran una mayor confianza en el sostenimiento de la recuperación global: China o la India y, en menor medida, Brasil.

En particular, la economía china ha sorprendido al registrar un crecimiento de 10,7 % en el cuarto trimestre de 2009, lo cual refleja en parte la efectividad del plan de estímulo fiscal por valor de casi 600 000 millones de dólares aprobado por el Gobierno para hacer frente a la crisis, y la estrategia de concesión de créditos fáciles por parte de los bancos a fin de impulsar el consumo privado. Se prevé que China supere durante 2010 a Japón como segunda potencia económica del mundo.

Durante 2009, China logró superar a Alemania como mayor exportador, y a Estados Unidos como mayor mercado automovilístico del mundo.

El fuerte ritmo de actividad económica del gigante asiático provocó un aumento de la inflación de 1,9 % en diciembre, el nivel más alto en los últimos 13 meses. En el horizonte se advierte una subida de las tasas de interés así como el endurecimiento en las condiciones de concesión de créditos, para enfriar la economía y paliar los riesgos de una burbuja económica, de la que ya han advertido el Banco Mundial y el FMI: muchos de los préstamos concedidos se han destinado a inversiones en la Bolsa y a la compra de viviendas. El encarecimiento de las viviendas alcanzó récords en las principales ciudades del país: la subida de los precios quintuplicó el crecimiento del PIB.

El banco central de China, ha resuelto aumentar el encaje bancario (depósitos que se deben mantener en el banco central) y ha pedido a algunas entidades financieras del país que restrinjan su concesión de préstamos para limitar el dinero en circulación.

El mito dominante es que Asia, y particularmente China, proporcionarán el “nuevo consumidor a la occidental”. Además que habrá muchos llamados y pocos elegidos, ni chino ni asiático, para aprovecharse del mercado de la región; imaginarse que este será tan ávido como el consumidor occidental, ya moribundo, es tener poco en cuenta la naturaleza sistémica de la crisis actual.

China aún puede ofrecer un plan de estímulo económico pero el problema chino consiste en la lentitud del surgimiento de una demanda interna suficiente para atenuar la caída de las exportaciones. Lo que ocurre es que ningún estímulo puede “comprar” ese tiempo que falta, esta década es necesaria para que los chinos desarrollen una importante demanda interna. El 2010 mostrará este hecho, una vez que la pantalla de humo generada por la producción estimulada desaparezca y todos puedan ver que la producción no se sostiene... por falta de compradores.

LA CATÁSTROFE QUE NOS AMENAZA

Comienza a perfilarse en el horizonte una peligrosa combinación de factores que podrían marcar una fase más aguda de la crisis económica global: es la combinación de la desocupación, el aumento de la deuda externa, la paralización del crédito y el recorte del gasto público que puede abrir paso a una catástrofe social al derramar más desigualdad y pobreza, sobre todo entre los sectores más vulnerables del mundo.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que, al finalizar 2009, el desempleo afectaba a más de 240 millones de personas en todo el mundo (más de 7 % de la fuerza laboral), el mayor número que se haya registrado en la historia. Los pobres -ganan menos de dos dólares diarios- suman ya alrededor de 1,4 millones, 45 % de la fuerza de trabajo en todo el planeta. En los países miembros de la OCDE, la tasa de desempleo no bajó de 8,8 % en los últimos tres meses de 2009 y para el presente año se espera que la desocupación alcance los 60 millones de personas, casi el doble de la cantidad que existía a inicios de la crisis.

Como un tsunami en lento y despiadado aumento, la crisis alimentaria prosigue su curso, arrastrando más y más gente a las filas de los malnutridos. El aumento del desempleo, la reducción de los ingresos y de las remesas de los trabajadores migrantes a sus países de origen han contribuido a elevar el número de seres humanos crónicamente hambrientos, por primera vez, a más de 1 000 millones.

El “sueño americano” se convierte en terrible pesadilla para muchos que cada vez suman más en Estados Unidos: casi 10 % de la población activa padece el desempleo -alrededor de 25 millones de personas si se suman los 9,4 millones de subempleados-, el número de estadounidenses hambrientos se ha incrementado hasta 37 millones (entre ellos 14 millones de niños), 60 % de la población vive al día, el 20 % de los consumidores no tiene dinero suficiente para comprar alimentos, 50 millones reciben estampillas de seguridad social para alimentarse, los fondos de pensión han perdido 5 millones de millones de dólares con la crisis, cinco millones de familias han perdido sus casas y las deudas representan 125 % de los ingresos personales.

La magnitud de la crisis ha dejado a muchos ciudadanos paralizados. No hay que olvidar que el neoliberalismo provocó una desestructuración social terrible. La falta de reacción puede ser la expresión de una profunda decadencia cultural, pero también puede ser la calma que precede a la tormenta. El analista Zbigniew Brzezinski, el apóstol del anticomunismo, dejó de lado sus habituales reflexiones sobre política internacional y desde hace algún tiempo viene advirtiendo sobre el peligro de motines sociales en los Estados Unidos. Por ahora no hubo reacciones violentas, pero no se lo debe descartar.

El problema que se plantea para los ciudadanos europeos es si deben dejarse llevar o no por la decadencia social que acompañará más fuertemente la caída del capitalismo europeo. En 2009, la tasa de desempleo se elevó a 9,6 % en el conjunto de la Union Europea y 10 % entre los 16 miembros de la Zona euro.

En el Tercer Mundo, en especial para los países pobres, la crisis económica se potencia con el avance de la deuda externa y sus gravísimos efectos sociales. Las obligaciones externas del conjunto de países subdesarrollados superan ya los tres millones de millones de dólares cuando hace apenas un año alcanzaban los 2,7 millones de millones de dólares. La superposición entre los efectos de la larga crisis económica global, la deuda externa, la crisis alimentaria y el cambio climático atenta contra la simple supervivencia humana.

Sin duda, el mundo enfrenta una fase crucial para la civilización humana, donde la escasez de energía y alimentos junto a la subordinación del ecosistema global a la tasa de ganancia del capital acentúan el carácter destructivo e irracional del capitalismo y colocan en riesgo hasta la integridad y la supervivencia de muchas naciones. Nos aguarda un largo período de estancamiento económico global caldo de cultivo para el proteccionismo, el nacionalismo o incluso la guerra. Es urgente construir un sistema social donde impere la solidaridad, la ética, la justicia y la razón.

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