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Un imán llamado Finca Vigía

El museo se encuentra entre los más visitados del país


Viernes 05 de Enero de 2018 | 01:00:00 AM 

Autor

Raquel Sierra

Desde la cima de una elevación de San Francisco de Paula, un lugar singular ejerce una fuerte atracción en la personas. De todas las latitudes acuden los curiosos: de China, Estados Unidos, India, Rusia, Francia, Holanda y hasta Australia. No pocos de quienes visitan La Habana realizan un peregrinar hasta Finca Vigía, la morada cubana del escritor estadounidense Ernest Hemingway.

Rodeada de historias y también de leyendas, la casa es considerada el hogar más prolongado que tuvo al autor de numerosos reportajes y novelas. Aunque solo desde los ventanales, sin acceder al interior, turistas de los más insospechados rincones del mundo aprecian sus muebles, sus libros y revistas, la máquina donde escribió algunas de sus obras cumbres y hasta sus sombreros, botas y zapatos. En las paredes de este museo, se alternan piezas de caza con cuadros y afiches de corridas de toros y toreros con las alarmantes inscripciones manuscritas por Hemingway en el baño, que evidencian una notable pérdida de peso en sus últimos tiempos en Cuba.

En una parcela de 42 hectáreas, donde supuestamente mucho antes existió un fortín español, está la casa construida en los años 20 del pasado siglo y adquirida por Hemingway y su tercera esposa, Martha Gellhorn, al francés Joseph D´OrnDuchamp, en diciembre de 1940.

Cuentan los biógrafos que durante la estancia allí del escritor, durante 20 años, se edificaron una casa de madera donde se alojaban los invitados y una torre de cuatro pisos,  que según constatan algunas fuentes, habría sido concebida por la cuarta esposa del escritor, Mary Welsh, para que el autor pudiera
escribir sin ser interrumpido. Justo en Finca Vigía, alimentada por la imaginación y las vivencias de sus amigos los pescadores de Cojímar, nació la novela El viejo y el mar, que le traería el premio Nobel de Literatura de 1954.

La casa es solo parte del imán. En Finca Vigía se encuentra el yate Pilar, la embarcación que el escritor estadounidense anclaba en Cojímar luego de cada una de sus pesquerías y supuestas persecuciones de submarinos alemanes. Las miradas de los visitantes se detienen también en las tumbas de cuatro de sus perros y en la profunda piscina donde se cuenta se bañó desnuda, para desesperación de Mary Welsh,  alguna de las famosas invitadas de Finca Vigía.

La instalación apenas reposa. Por estos tiempos, los nuevos espacios de oficinas permiten liberar la casa de madera que otrora alojó  a los huéspedes  y sirvió de cochera, para que una vez restaurada se integre a la exposición.

Los misterios, tejidos y convertidos en leyendas por la literatura, no dejan de rondar la loma más conocida de San Francisco de Paula. Se comenta acerca del rescate de uno de los cinco autos que habría tenido Hemingway, para convertirlo en una nueva pieza de museo. En una finca donde flotan los recuerdos y crecen los tamarindos, las palmas, las cañas bravas, cada uno de los miles de visitantes se fabrica un Hemingway a su antojo, unas veces solo un hombre con virtudes y defectos;  otras, un cronista de los tiempos que vivió; algunas, un depredador insaciable de las praderas de África  y, no pocos, un ser complejo y contradictorio. Así, desde la lejanía, se le imagina vagando loma arriba o loma abajo, alejado de las huellas de su inmortalidad.

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