Viernes
17 de Mayo  2024 

En el Castillo de Jagua

Una historia tan añeja como los propios siglos


Miércoles 07 de Septiembre de 2011 | 12:00:00 AM 

Autor

Onelia Chaveco

La noticia escueta como tal corrió cual pólvora. Nuevos documentos reveladores sobre la Fortaleza de Nuestra Señora de los Ángeles del Castillo de Jagua habían atravesado muchas millas náuticas desde el viejo continente hacia la gran isla del Caribe, Periodistas, historiadores, museólogos y curiosos se preguntaban qué contendrían los pergaminos y quisieron tener ante sí los mapas longevos, manuscritos con escritura ológrafa, trazados de la vieja fortaleza, y un sinnúmero de papeles tan añejos como los propios siglos.

Para conocer el contenido de la papelería, hay que volver a cruzar mar aunque una distancia más pequeña, pues el estrecho de Pasacaballos es muy breve. Una lanchita te cruza rápido y ya se acerca Marisol Otero Álvarez, la directora del Museo de la Fortaleza, con el tesoro entre las manos.

Sobre una mesa deposita rollos y rollos de pliegos fotocopiados por la mano amiga del ingeniero civil catalán Abel Francisco Geira Cano, quien encontró en los Archivos de Indias gran información enmarcada desde 1700 a 1800 sobre el castillo cienfueguero.

Son en verdad los mapas de la bahía de Jagua más añejos de que se tenga noticia. Por ejemplo, a petición de don Severino de Macaneda, caballero de la orden de Santiago, Gobernador y capitán general de la Isla de Cuba y de San Cristóbal de la Habana, se realizó el estudio cartográfico más viejo, el cual está fechado el nueve de julio de 1690.

Refiere en la leyenda la existencia de unos 13 asentamientos diseminados por la comarca de Jagua, como los hatos de Las Auras y de Juraguá, o punta La Milpa, además de los tres cayos en el interior de la bahía.

Le sigue otro con fecha de 1734 donde se menciona a Pasacaballos y aparece la ubicación de la fortaleza, cuya construcción habían iniciado un año antes.

Otra carta fechada tres décadas después menciona a algunos hatos cercanos, entre estos el de Juraguá, perteneciente a don José Escobar de la Guardia , y la existencia de “una salina natural que producía sal en grano”.

Indica asimismo por donde estaba situado el camino viejo a La Habana, procedente de Trinidad, el cual atravesaba Pasacaballos, con la consiguiente leyenda, y seguía hacia el asiento de Juraguá.

Asegura Marisol que si interesante resulta esa colección de planos cartográficos de la bahía de Jagua y sus áreas colindantes, también lo son los trazados de los diversos hatos existentes en esta zona, donde afloran los nombres de Limones, Ciego Alonzo, Ciego Montero, Caunao, Guavinas, Cumanayagua, Jabacoa y Juraguá, entre otros.

Igualmente hay planos de la Fortaleza que datan de 1770 de Silvestre de Abarca, los cuales arrojan luz sobre la ubicación y función exacta de los locales dentro del inmueble.

Lenier González, licenciado en Historia, declaró que ahora conocen realmente la cifra de 13 troneras o cañoneras en la segunda planta y ocho en la superior, así como el sitio destinado al cuartel de la tropa, el almacén de víveres, la cocina, los baños, salones dormitorios reservados a la tropa, divididos para los soldados, la oficialidad y el capellán.

Muestra el diseño cuales fueron las habitaciones con funciones de polvorín, armería y la nombrada Santa Bárbara, lugar destinado a limpiar armamento, además de un tendal en la última planta para guarecer a los militares en la realización de las guardias.

También indica a Cayo Carenas como lugar donde se situó el arsenal del Castillo.

Para el joven historiador, gran valía tiene la papelería con los listados del armamento existente entre mayo a diciembre de 1779 en el fuerte, donde detallan el número de cañones de bronce, de hierro, municiones, cantidad de pólvora, tipos de sables, cuchillos y cuerdas, entre muchas minucias más.

Otros memorándum recogen con prolijidad parte de la rutina de la fortaleza bajo la égida de España, tales como la llegada al puerto de Jagua de goletas con algunos prisioneros que eran desterrados hacia estas tierras de América.

Revisar los mapas, recorrer la escritura engolada y otear por las cotas de los planos del añejo Castillo de Jagua, es como mover el tiempo atrás.

Entonces sientes hasta el ruido de las botas de los soldados en su marcha de rutina perfecta y te estremeces por el halito de la imagen de mujer vestida de brocado azul que se desprende de entre las paredes de la capilla, hecha leyenda desde hace más de 260 años, sobre todo en las noches de luna llena. (AIN)

 

Comparte esta noticia