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El Rey DÓLAR está desnudo

No es secreto que, desde hace algún tiempo, la economía estadounidense y, con ella, la hegemonía del dólar se han sostenido gracias a la gigantesca inyección de dinero proveniente del resto del mundo


Viernes 12 de Marzo de 2010 | 12:00:00 AM 

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Sin el ingreso diario de entre 2 000 y 3 000 millones de dólares, los consumidores estadounidenses no habrían podido continuar su carrera consumista, las empresas mantener sus inversiones y el gobierno de Estados Unidos, balancear los déficits.

Con una burbuja siguiendo a la otra sumado a un mercado de crédito barato, los desequilibrios financieros de EE.UU. crecieron en proporciones descomunales.

En poco tiempo, el excedente heredado en las cuentas del gobierno de Clinton devino déficit récord acumulado de más de 1,5 millones de millones de dólares durante 2001-2008 con la administración Bush. Este fue el resultado de la combinación del recorte de impuestos -a las empresas y a los ricos- con el aumento de los gastos militares y las guerras para favorecer a compañías como Halliburton y otras del complejo militar industrial que llevaron a Bush a la presidencia. Desde septiembre de 2001 y hasta 2008, el Congreso estadounidense aprobó alrededor de 800 000 millones de dólares para operaciones militares y otras tareas relacionadas con la ocupación de Iraq y la guerra en Afganistán.

A pesar de su sensible descenso, en 2008 el desbalance comercial externo de Estados Unidos todavía superaba los 680 000 millones de dólares, más del doble de la cifra del año 2000 y cuatro veces y media aquella de 1998. A su vez, el déficit en cuenta corriente se ubicó cerca de los 675 000 millones de dólares en 2008; ocho años antes era poco más de la mitad (415 000 millones de dólares) y en 1998 representaba menos de la cuarta parte de su nivel en 2008.

La creciente acumulación de desequilibrios financieros ha sumergido a la economía estadounidense en un inmenso océano de deudas con una dimensión total de 57 millones de millones de dólares en 2008 (186 717 dólares per cápita o 746 868 dólares por cada familia de cuatro integrantes). Ese nivel de deuda total (familias, empresas y gobierno), el más alto en la historia de esa nación, representaba más de cuatro veces el PIB del país y casi cinco veces el ingreso nacional, una relación indicativa de que la economía estadounidense dependía de la deuda más que nunca. Cada año se necesitaba más deuda para producir un dólar de ingreso nacional, con el agravante de que buena parte de ese mismo dólar de ingreso se originaba en sectores improductivos tales como el complejo militar industrial, la especulación, los servicios, el comercio y las finanzas, entre otros.

En términos muy simples, desde hace varias décadas la economía de Estados Unidos está en bancarrota y se ha sostenido gracias al continuo subsidio proveniente del exterior. Los inversores foráneos poseían 2,71 millones de millones de dólares de la deuda pública neta de EE.UU. en 2008, casi 52 % de los 5,2 millones de millones de dólares de la deuda pública neta total que acumulaba el país, frente a 4 % en 1970. En contraste con lo ocurrido hasta hace muy poco tiempo cuando las economías industrializadas de Japón y Alemania eran los acreedores por excelencia, en la década más reciente los países subdesarrollados y, en especial las llamadas economías emergentes, se han erigido en las fuentes cruciales para el financiamiento de los desequilibrios financieros estadounidenses. Las reservas de los bancos centrales de esos países junto a los Fondos de Riqueza Soberana (FRS) fueron los que “sacaron a flote” a la economía norteamericana en los últimos 10 años.

En conjunto, las inversiones de los FRS y las reservas de los bancos centrales extranjeros en EE.UU. aumentaron desde los 320 000 millones de dólares en 2003 hasta los 997 000 millones de dólares en 2007 (ver gráfico 1). Con esos fondos, la primera economía del planeta logró satisfacer más de 80 % de sus necesidades de financiamiento a lo largo de todo el período indicado.

Con 1,9 millones de millones de dólares de sus reservas en moneda norteamericana y 22 % de los bonos (papeles) emitidos por el Tesoro estadounidense, China -la tercera economía del mundo solo detrás de Japón- se ha establecido como la principal financista de la superpotencia. Esto constituye un elemento de presión muy grande sobre EE.UU. porque la estabilidad del dólar posee una fuerte dependencia del ahorro chino. Es una combinación novedosa de aspectos que plantea convulsos escenarios futuros y nuevos fenómenos políticos de la lucha de clases.

También Japón, Corea del Sur, Arabia Saudita, Abu-Dhabi, India y Noruega, han adquirido, todos, bonos del Tesoro de Estados Unidos.

Muy asociado con lo anterior asoma en el horizonte la perspectiva verdaderamente aterradora del desplome del dólar como moneda de reserva mundial, que es una expresión del estado de la hegemonía global de Estados Unidos. Por regla general, los imperios pujantes resultan proveedores de capitales pero, en su decadencia, mantienen artificialmente la fortaleza de sus monedas a través del endeudamiento y la acumulación de desequilibrios financieros.

En un artículo reciente, Roubini plantea que “tradicionalmente los imperios que tienen la moneda de reserva son acreedores externos y prestamistas. Sin embargo, Estados Unidos se encuentra con un abultado déficit fiscal y comercial, y para financiarlo depende de la buena voluntad de países extranjeros (…) la situación del billete verde es similar a la que vivió la divisa británica cuando fue desplazada por el dólar durante la Segunda Guerra Mundial”.

LA HEGEMONÍA FINANCIERA ESTADOUNIDENSE EN LA ENCRUCIJADA

Con la quiebra de Lemhan Brothers, el pánico y la incertidumbre se extendieron como pólvora y favorecieron una rápida apreciación del dólar, que funcionó temporalmente como refugio ante la inestabilidad generalizada. Pero a partir del segundo trimestre de 2009, la moneda estadounidense ha vuelto a caer frente a la mayoría de las divisas más representativas del mundo, con excepción del yuan chino (gráfico 2). Existe el riesgo de que la abrupta devaluación del dólar conduzca a su desaparición como moneda de reserva internacional y, con ello, resulte más traumático el necesario ajuste de la economía y la sociedad norteamericanas. La actual recaída del dólar no tendrá un respiro inesperado a causa del pánico como a finales del año 2008. Esta vez la moneda estadounidense se ve como un espantapájaros, no como un refugio. En medio de la tendencia declinante de las cotizaciones del petróleo, las pérdidas notables de los inversionistas y los riesgos de prolongada recesión económica a nivel global, se ha impuesto un creciente clima de aguda restricción financiera y crediticia.

Desde el segundo trimestre del pasado año, los bancos centrales de todo el mundo prácticamente han paralizado su acumulación de dólares (el dólar solo era 37 % de sus compras de moneda extranjera y representaba 63 % de las reservas). Entre enero y julio de 2009, se registró una salida neta de capitales fuera del territorio estadounidense por un monto superior a los 300 000 millones de dólares, pese a que el país pretendía atraer a sus arcas más de 100 000 millones de dólares por mes para financiar el déficit federal (por no hablar de otros déficit públicos).

Lo anterior, si se quiere, pudiera sugerir el principio del fin del supuesto sistema “Bretton Woods II”. Los bancos centrales del mundo no han podido incrementar sus reservas internacionales en meses recientes -al menos al ritmo de los últimos años- y cada vez se muestran más reacios o menos capaces de financiar a la economía de Estados Unidos.

Los países exportadores de petróleo están vendiendo sus reservas de divisas para compensar el impacto de los bajos precios del petróleo (y financiar los paquetes de rescate financiero y los planes de estímulo económico nacionales). Algunas economías emergentes han tenido que emplear su arsenal de reservas internacionales como arma para defender la estabilidad de sus monedas nacionales ante las masivas salidas de dinero que se han suscitado.

En el caso de China, uno de los pocos probables compradores en el futuro inmediato y la casi única fuente potencial de crecimiento de las reservas, tampoco existe ya interés en continuar amontonando sumas gigantescas en dólares que son cada vez más arriesgadas a causa de las decisiones financieras y económicas realizadas por Estados Unidos para responder a la crisis.

Con toda lógica, las autoridades de Beijing se han propuesto deshacerse cuanto antes de esa montaña de activos “tóxicos” en que se han convertido los bonos del Tesoro estadounidenses y la divisa monetaria en la que la riqueza de 1 300 millones de chinos permanece prisionera. Para evadir lo que se ha dado en llamar la “trampa Dólar” el gigante asiático ha emprendido diversas acciones: préstamos a tasas preferenciales a los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean), acuerdos de crédito swap en la moneda china (yuan) con varios países, autorización a 400 grandes empresas chinas para comerciar en yuan con los países de Asia, préstamos a países africanos y a Rusia, concesiones preferenciales a los estados petroleros del Golfo Pérsico, préstamos a las compañías petroleras de Brasil y de Abu-Dabi, compra de partes de empresas europeas y japonesas (no estadounidenses lo que no es una casualidad).

En la medida en que esos acuerdos garantizan el acceso de las compañías chinas a recursos estratégicos, se hace evidente la naturaleza fundamental de la operación: contrariamente a las apariencias, China intenta, sin hacerlo público, “desembarazarse” lo más de prisa posible de sus reservas monetarias en dólares y de los bonos del Tesoro estadounidense a través de la compra, a precios prácticamente de remate, de activos necesarios a su economía (minas, espacios agrícolas, energía, partes de empresas europeas o asiáticas -no estadounidenses, lo que no es un detalle, entre otros) e independientes de Estados Unidos, los cuales a su vez permitan avanzar rápidamente en el camino de la evasión china de la “trampa Dólar”.

En el año fiscal norteamericano finalizado en septiembre de 2009, el gigante asiático se pudo librar de alrededor de 600 000 millones de sus reservas nominadas en dólares; y dejó de comprar un importe comprendido entre 500 y 1 000 millones de nuevos bonos del Tesoro que la administración Obama intentó colocar en el mercado internacional para financiar el gigantesco déficit público.

En los últimos cinco meses, el gigante asiático se ha desprendido de esos títulos estadounidenses por valor de unos 45 000 millones de dólares y se ha alejado financieramente de Estados Unidos. Según el diario estadounidense, The Wall Street Journal, Japón -que no superaba a China en este ámbito desde agosto de 2008- ha aumentado gradualmente la compra de títulos estadounidenses durante los últimos dos años y en la actualidad es el principal tenedor de bonos del Tesoro con 768 800 millones de dólares.

Más aún, China está impulsando un nuevo orden económico mundial menos dominado por Estados Unidos, lo cual se concreta, por el momento, en el reclamo de reforma de la condicionalidad del FMI y de la redistribución del poder de voto en dicho organismo (su poder de voto en el Fondo es de tan solo 3,67 %, en tanto que el de Estados Unidos es de 16,83 %) así como también en la propuesta del gobernador del Banco de China en torno a la creación de una nueva supermoneda de reserva, que podría ser el derecho especial de giro (DEG) del FMI. La propuesta fue respaldada por Rusia, que ya había hecho un pedido similar, y considerada legítima por el FMI. También fue asumida rápidamente por el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz, quien desde su Comisión en Naciones Unidas adelantó que podría estar en curso en apenas 12 meses.

Además de Rusia, en la ofensiva en contra de la primacía absoluta del billete verde, Beijing se acompaña de otras importantes naciones que sostienen expresamente la idea de transitar de forma rápida a la “Era post-dólar”, particularmente India, Sudáfrica, Argentina y Brasil.

Claro está, ningún país quiere un colapso violento del dólar, porque todos tienen mucho que perder; pero el momento es delicado y cualquier error o acto agresivo de Estados Unidos puede causar retaliaciones financieras con efecto dominó. La historia está dotada de una notable ironía que pone a los “aliados” de Estados Unidos ahora contra la pared, la disyuntiva que se plantea es caer con Washington o arreglárselas sin él.

El dilema, tanto para China como para otros países que invirtieron en bonos del Tesoro estadounidense, es que si el dólar baja aún más o si hay una inflación significativa por el hecho de que Estados Unidos imprime dinero, pueden perder mucho de sus reservas monetarias. Por otro lado, ¿qué alternativas tienen China y los demás países? Pero la debacle podría ocurrir por el avance significativo de la desdolarización del mercado petrolero; si una parte importante de importadores y exportadores -rusos, chinos, franceses, japoneses y los países petroleros del Golfo- deja de aceptar dólares privilegiando al euro u otra moneda se produciría una fuerte declinación del dólar con su secuela en Estados Unidos. Pensar que hará falta mucho tiempo para que ese acontecimiento suceda refleja solo la voluntad (cada vez más mala por otra parte) de los bancos centrales de comprar, comprar y que se siga comprando esta divisa para evitar que se hunda, francamente es dar prueba de una ingenuidad histórica que desarma.

Al combinar lo que está ocurriendo en Japón y Corea del Sur -que cada vez muestran más distanciamiento de Estados Unidos- con la creciente reafirmación geopolítica de China, parece bastante probable que la siguiente década sea testigo de un considerable movimiento encaminado a crear la Comunidad de Asia Oriental propuesta por el primer ministro japonés Yukio Hatoyama . Y mientras Alemania y Francia se acercan a Rusia, y Japón y Corea del Sur se acercan más a China, Estados Unidos ya no puede contar, de ningún modo, con las dos rocas sólidas sobre las cuales construyó su estrategia geopolítica como potencia (alguna vez) hegemónica del sistema-mundo .

Así pues, la suerte del dólar como moneda de reserva dependerá mucho de la efectividad de la política económica aplicada por el gobierno de Estados Unidos para enfrentar la actual crisis. ¿Puede Estados Unidos solucionar sus problemas económicos sin generar grandes deudas y alimentar la inflación? ¿Puede la actual administración demócrata lograr el control del gasto público y ordenar las cuentas fiscales en el largo plazo? ¿Puede la superpotencia restablecer la capacidad del sector financiero en el tiempo necesario sin generar los mismos riesgos de grandes burbujas y quiebras institucionales?

Hasta ahora, para evitar la deriva, Estados Unidos busca “escapar hacia delante” y conscientemente deshacerse de la pesada carga de la deuda inundando al mundo con dólares devaluados. Lo consigan o no, y más allá de que se trata de una salida inmoral e injusta -incumplir sus compromisos-, de otra gran estafa histórica; lo realmente grave es que esa política inflacionaria e, incluso, hiperinflacionaria, se traducirá en un mayor empobrecimiento de la humanidad toda. El gobierno norteamericano pretende sumir en la miseria a crecientes masas de ciudadanos inocentes de Estados Unidos y del mundo, protagonistas de la economía real -ahorradores y precavidos-, con el fin de salvar las ganancias de un puñado de agentes fracasados del mercado financiero.

En conclusión, el mundo asiste a la bancarrota definitiva del sistema monetario-financiero implantado en Bretton Woods, cautivo de poderosos intereses, antagonismos internos y mecanismos especulativos. El próximo orden, sea cual fuere, se está gestando ahora. La disyuntiva para los países del Tercer Mundo es participar activamente en su configuración o ser de nuevo los reconfigurados. Es hora de luchar por las transformaciones imprescindibles para eliminar el carácter neocolonial del sistema monetario basado en el dólar, prevenir futuras crisis financieras y promover el verdadero desarrollo.

* (Jefe del Grupo de Comercio e Integración del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial y miembro del Comité Académico de la ANEC)

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