Jueves
25 de Abril  2024 

Cuando el camino no se ve

Desafiando muchas veces peligrosas condiciones climáticas, los prácticos cubanos abordan los buques para guiarlos hasta el puerto de destino, labor que no por casualidad los ha hecho merecedores de los premios Iberoamericano de la Calidad y la Excelencia Empresarial


Domingo 17 de Octubre de 2004 | 12:00:00 AM 

Autor

Juan Pablo Carreras

Transcurren poco más de las once de la noche en la Estación de Prácticos de Antilla. El arribo del buque tanque Shark es cuestión casi de vida o muerte. La niquelífera René Ramos, de Nicaro, corre el riesgo de pararse por falta de combustible. Lo poco legible de la comunicación presagia emociones fuertes. Me acerco a Punta de Mulas en Banes, confirma el Shark.

La maniobra de fondeo no puede posponerse. El Shark lleva más de tres días soportando las fuertes marejadas que provocan las altas presiones oceánicas. Hay que auxiliarlo a la hora que sea. Salgo a buscarte, asegura Carlos Manuel Cardosa, práctico mayor del puerto de Antilla.

Escasos minutos son suficientes y la lancha Pilot03 se dispone a zarpar de Puerto Antilla. Doce de la noche; enciende sus motores. El tono exacerbado del oleaje en el interior de la bahía de Nipe es signo inequívoco de aventuras por vivir.

Las luces y la tranquilidad de Antilla quedaban atrás. La oscuridad y el ajetreo de una mar embravecida es ahora el camino a recorrer. La navegación por instrumentos es la única opción para Benito y Jesús, patrón y maquinista de la Pilot03. Lluvia en el rumbo indica el radar; no se equivoca.

Un nuevo contacto por radio con el Shark, y después Cardosa no habla. Tal vez preocupado; quizás concentrado en cada detalle de su maniobra. Dejo atrás a Punta de Mulas, dice Andrés, su capitán. Aguanta un poco para que me des tiempo a llegar, le replica Cardosa. Apúrate un poco hermano. El tiempo está muy malo y no puedo aguantar mucho, contesta Andrés. Tranquilo, finaliza Cardosa.

Diez millas por hora es velocidad suficiente para llegar primeros al punto acordado. El Shark ahora no aparece. Hay que esperar. El tiempo no camina; diez minutos parecen un siglo. El tiempo vuela; una eternidad se troca en instante fugaz. La espera se torna tortuosa. Benito pone la popa de la lancha de frente a la marejada. Es la única forma para suavizar el tormento que se vive a bordo.

Una mancha en el radar. Ahí está, dice Benito. Entre ola y ola, las luces de navegación del Shark comienzan a observarse. Aparecen, se pierden, vuelven a destellar. No dan la magnitud del tamaño del tanquero pero está ya muy cerca. Gira en la boya de recalada y luego te abordo por la banda de babor; en otro lugar no puedo, indica Cardosa.

Desde ahora todo es sincronismo y colaboración. El Shark tiene la costa por delante. Acata las indicaciones del Práctico; comienza a voltear la boya. Es tanta la mar y tanto el viento; la superestructura del barco muy alta… ¡Estás cayendo demasiado a estribor!, alerta Cardosa aunque sabe el porqué. Se preocupa, suelta la radio, salta a la cubierta de la Pilot03.

Timón a babor y Andrés logra aguantar la caída. La Pilot03 se pone nuevamente en movimiento. Cardosa abrocha su chaleco salvavidas. El abarloamiento de las dos embarcaciones es inminente. El Shark enciende las luces de cubierta y se muestra en toda su dimensión. Es impresionante. Parece no moverse; la Pilot03 navega a su misma velocidad. Llueve, el viento arrecia. Hay que abordarlo. Mirar al agua que desplazan los dos barcos es cobrar noción de la velocidad; es tomar conciencia de todo lo que está en riesgo si el próximo paso resulta en falso…

Unos segundos bastan para llegar al puente de mando. La oscuridad y el silencio reinantes brindan un ambiente sobrecogedor. Se apaga nuevamente la cubierta. Desde lo alto se ve la Pilot03 alejarse rumbo a Antilla. Diez grados a estribor, es Cardosa quien ahora sugiere el camino. El Capitán nunca pierde la potestad sobre su barco; Andrés consiente: diez grados a estribor, confirma al timonel.

La navegación rumbo al fondeadero deja atrás todo vestigio de tensión. Pasan ya de las dos de la madrugada. La tripulación viene cansada; el barco, maltrecho. La bahía de Nipe es guarida segura para el buque. Tirar el ancla es todo un ritual. Hay que esperar a que amanezca para continuar rumbo a Nicaro. El Shark queda inmóvil. Cuando el camino no se ve, el rumbo lo indica la experiencia, sentencia Cardosa sonriente. Tranquilidad a bordo. El que puede descansar un rato, lo hace.

La noche no termina, ni para Cardosa, ni para Andrés. El camarote del capitán es recinto para el recuento de lo vivido e intercambio de estrategias para el día siguiente. Ninguno se impone sobre el otro. Queda tiempo para conocer que el baño, es el jardín en lenguaje marinero; que babor es izquierda y estribor, derecha; que el abarloamiento es la maniobra de pegar un barco junto a otro; de marejadas y velocidad de los vientos…

Cardosa se muestra conversador. Este mundo es su vida. Con 52 años, asegura ser un joven de 27 porque nació el día que realizó su primera maniobra.

Anteriormente era profesor de matemática. Del mar, sabía que era salado porque nació en una de esas casas sobre pilotes del litoral de Antilla. De barcos solo conocía que no se comían y que entraban a puerto con mercancías. No concibe su profesión con miedo. Ni admite tener que decirle a un capitán ‘estoy nervioso’. Cree necesario antes de saltar a un buque, sacar los “corajes” y tirarlos primeros, aunque se abolle a la cubierta del barco a abordar.

Cuando se le pregunta por qué muchos capitanes dicen que si viene Cardosa hay confianza, rápidamente riposta que si viene cualquier práctico de Cuba hay seguridad. Entonces con orgullo habla de la Cuban Pilots, empresa en Perfeccionamiento Empresarial y de los premios que tiene esta a la Excelencia Empresarial y del Premio Iberoamericano de Calidad por el cuidado que brindan a lo largo y ancho del país a los buques, instalaciones portuarias y al medioambiente.

El reloj interrumpe el desayuno. Las cinco y treinta de la mañana es la hora acordada para reanudar el camino. La velocidad del viento ronda los 18 metros por segundo en el interior de la bahía de Nipe. Es bastante pero hay que intentarlo todo. Para entrar al canal de Nicaro, hay que jugarle cabeza a la calma que acompaña al paro de la bajamar. Se leva el ancla. Con lo primeros rayos del amanecer, el Shark pone proa nuevamente a mar afuera. Atrás queda el faro de Punta Mayarí. Se navega a toda máquina. La fuerza 3-4 de la mar se regodea con el buque y lo sacude a su antojo. Comienza a divisarse la boca del anhelado canal, el de Nicaro. El remolcador R-29 se apresta a apoyar al Shark en la maniobra. El fuerte oleaje le impide acercarse. Hay peligro de colisión.

Sus 1 200 caballos de fuerza son insuficientes. Es demasiado el riesgo. Cardosa, el práctico, y Andrés el capitán, intercambian pareceres. Uno confía en el otro pero no se ven gestos optimistas en ninguno de los dos. A las siete y treinta de la mañana se aborta la maniobra. Es imposible entrar. Se regresa nuevamente al fondeadero en Nipe.

Hacen falta 24 horas más para volver a intentar la maniobra. Las tensiones aumentan en Puerto Nicaro. Las condiciones hidrometeorológicas poco difieren de las de la mañana anterior. Nuevos cálculos; no se pueden violar ninguna de las regulaciones vigentes establecidas. La sensibilidad de estos hombres –práctico y capitán- los lleva a agotar todos los recursos y operar casi en situaciones límites.

Se toman medidas de seguridad adicionales. Se avista la Boca de Carenerito. Por la popa del Shark aparece el remolcador Coral Power. Sus 3 600 caballos de fuerza y Caballín al timón, inspiran confianza en Cardosa. Se aproxima y en pocos segundos de destreza queda firme al tanquero. El remolcador R-29 auxilia por popa.

Se aprovecha la calma del instante preciso. La tranquilidad en el canal de acceso a puerto augura éxito; lo angosto y sinuoso de su recorrido son los últimos estertores de riesgo. Cabos listos; a la vista el espigón de Nicaro. Pocos minutos y el esperado Tiburón (Shark) queda inerte. Treinta y seis horas fueron necesarias para doblegarlo. Bajo los pies, deja de rugir su máquina. En el puente de mando, Cardosa satisfecho, su vista busca el infinito. El Shark queda ahora a la espalda. Una última mirada; tal vez la despedida. En el aire revolotea con fuerza que cuando el camino no se ve, el rumbo lo indica la experiencia; cuando el camino no se ve; lo único seguro es la experiencia.

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