Martes
23 de Abril  2024 

La leyenda (¿o el mito?) del amoroso vino

Se tiene noticia de que las más antiguas viñas plantadas por el hombre datan de 6 000 a.n.e., con evidencia de uvas fosilizadas en los territorios que hoy ocupan Georgia e Irán


Viernes 02 de Octubre de 2015 | 12:00:00 AM 

Autor

Luis Ubeda Garrido

Cada vez que se aproxima una festividad vinícola en el Hotel Nacional de Cuba, insignia de la industria sin humo cubana, no puedo menos que recordar a ese gran poeta chileno que fue Pablo Neruda y decir con él: "Yo levanto la copa grande, la copa de los siglos, la lleno con el sol… y bebo el vino resplandeciente… Bebamos el día con su fuego y la noche con su sangre… bebo en honor del sol y de la nieve, de la tristeza y de la dicha. Bebo por el amor y por el dolor. Bebo por el fuego y por la lluvia".

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad se ha nutrido de tradiciones orales, cuya motivación primera fue la de transmitir y preservar la sabiduría de los pueblos, incluso mucho antes de la aparición de la escritura.

De la precursora mención a esta espirituosa bebida da fe el Antiguo Testamento (Génesis 9:20) cuando Noé, no solo pionero  en construcciones navales de la historia, sino también el primer viticultor de la humanidad, introduce una vid en su descomunal Arca.

Naturalmente, un suceso tan relevante como la invención del vino desató innumerables relatos pero, a fin de cuentas, inclinados todos a un patrón común: el amor, del cual tomaremos uno de los más originales por su mixtura de pasión, locura, muerte y, por supuesto, de amor.

Cuenta el mito (¿o acaso leyenda?) que 3 000 o 4 000 años atrás, en la antigua Persia, el rey Djemchid veía transcurrir sus días rodeado de las más espirituales huríes del reino. Tal vez abrumado por tanto dosis de amor diaria, en una ocasión ordenó a sus sirvientes que recogieran las uvas Syrah del viñedo real y las guardaran en barricas. Al tiempo, las frutas comenzaron a fermentarse y a desprender el carbono sobrante, que saturó el sótano de un desagradable olor debido a no tener ningún espacio para su fuga.

Como también desde tiempos inmemoriales han existido personas maldicientes, muy pronto estas echaron a rodar rumores de que el rey tenía veneno en dichos toneles. Una preciosa hurí que formaba parte del harem de Djemchid, y a quien este parecía ignorar, tomó la fatal decisión de quitarse la vida y, convencida de que el caldo de los malolientes barriles era veneno, bebió el contenido de un tazón.

Un guardia corrió a decirle al rey que la joven muchacha había descendido al sótano donde estaba aquella pócima con intención de suicidarse. De inmediato Djemchid se personó en el depósito, y cuál no sería su sorpresa al comprobar que, lejos de echar espuma por la boca, la princesita ejecutaba una alegre y voluptuosa danza.

El rey, saturado de amar cada día a tantas beldades, descubrió de manera fortuita que aquella bebida espirituosa, devenía remedio para las penas del alma, amén de resultar agradable al paladar.

Leyenda o mito, descubierto por accidente o por el genio innato de alguno de nuestros antepasados, lo cierto es que el vino se originó en la antigua Mesopotamia. Por otro lado se tiene noticia de que las más antiguas viñas plantadas por el hombre datan de 6 000 a.n.e., con evidencia de uvas fosilizadas en los territorios que hoy ocupan Georgia e Irán.

Un hotel con tradición e historia

Y como reafirmación de que la ancestral bebida espirituosa es una verdadera cura para los asuntos del alma, la mejor evidencia la podemos hallar por estos días en la XVI Fiesta del Vino desarrollada con todo éxito en el Hotel Nacional de Cuba.

Enclavado en el promontorio de Taganana, en pleno corazón del Vedado, y a punto de cumplir sus primeros 85 años el venidero 30 de diciembre, la emblemática instalación brinda a nativos y foráneos una de las vistas más excepcionales del litoral habanero, sobresaliendo la bahía capitalina custodiada por el Castillo de los Tres Reyes del Morro y el popular Malecón.

En estas más de ocho décadas, el Hotel Nacional de Cuba ha recibido a innumerables celebridades políticas, artísticas, científicas y deportivas, y desde hace 16 años ha devenido plaza ideal para vincular a productores, importadores y exportadores de la espirituosa bebida, junto con potenciales clientes, profesionales del sector o simples gourmet que durante estas jornadas se acercan al Salón 1930 para degustar lo más selecto de las bodegas internacionales, y repetir con Neruda: "Bebo por el amor y por el dolor. Bebo por el fuego y por la lluvia"…

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