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COVID-19: el fantasma de la Gran Depresión (4ta Parte)

Ante la sensación colectiva de que esta crisis lo cambia todo o, al menos, plantea la necesidad de una reconfiguración global, el gran desafío es cómo construir una sociedad mundial postneoliberal, capaz de enfrentar las crisis futuras con la mirada puesta en el ser humano


Martes 02 de Junio de 2020 | 12:00:00 AM 

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En un intento por moldear el impacto tsunami sanitario, el profesor de economía de Berkeley, Pierre-Olivier Gourinchas, calcula que las medidas de contención de la pandemia reduzcan la actividad económica en un 50 % el primer mes y en un 25 % el segundo mes.

“Este escenario, explica Gourinchas, daría un brutal golpe al PIB mundial y provocaría una disminución del crecimiento anual del orden del 6,5 % en 2020. Como punto de comparación, la disminución del crecimiento en los EEUU durante la “Gran Recesión” de 2007-2008 fue de alrededor del 4,5 %. En ese análisis realizado en marzo, con la pandemia en plena expansión, Gourinchas concluye que “estamos a punto de ser testigos de un descenso que podría empequeñecer la “Gran Recesión”.

En línea con lo anterior, The Economist sugiere la posibilidad de que diversos “países centrales” experimenten caídas económicas cercanas al 10 % del PIB. Una situación que, resalta, si bien resulta relativamente frecuente en las “economías en desarrollo”, no lo es en los países “industrializados”. En los “países centrales”, agrega, la mayoría de las caídas registradas de esa magnitud estuvieron asociadas a las guerras mundiales o a la Gran Depresión.

JP Morgan predice que el PIB global podría contraerse a una tasa anualizada del 10,5 % en la primera mitad del año. Y, a partir de las recuperaciones experimentadas por el selectivo S&P500 tras las mayores caídas registradas en los últimos 50 años, la entidad de asesoramiento financiero Feel Capital pronostica que se necesitarán al menos siete años para que la economía global se recupere de la crisis agravada por la COVID-19.

Al borde del abismo económico, ante la peor catástrofe en casi un siglo, los bancos centrales y los gobiernos han tenido que emplear todo su arsenal, poniendo en marcha inéditos y masivos planes financieros y de liquidez.

Los bancos centrales de todo el mundo -G20 y otros- intentan contrarrestar el desplome del nivel de actividad reduciendo, de forma masiva, los tipos de interés, a la vez que han anunciado amplias medidas de apoyo a las economías.

De manera emergente, en menos de 15 días durante el mes de marzo, la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos recortó la tasa de interés en 1.5 puntos, dejándola en un rango de 0,0 a 0,25 %; al tiempo que aumentó sus tenencias de bonos de deuda pública estadounidense y títulos respaldados por hipotecas en 700,000 millones de dólares –con la promesa de su compra ilimitada–, lo que supone la reactivación de la flexibilización monetaria (“QE”, por sus siglas en inglés).

Más recientemente, tras conocerse las malas cifras de la economía norteamericana, a principios de abril, la Fed anunció un ambicioso paquete de estímulos por 2,3 billones de dólares para otorgar préstamos a pequeñas y medianas empresas que gozaban de buena salud antes de la pandemia, y permitir a gobiernos estatales y municipales acceder a fondos. Es por mucho, el estímulo monetario más grande desde la crisis financiera del 2008.

Tras unos primeros titubeos, la autoridad monetaria europea -que desde hace algún tiempo tiene su tasa de interés en cero- ha pasado de “lo que sea necesario” de Mario Draghi para salvar el euro, en 2010, al “sin límites” de Christine Lagarde, la nueva presidenta del Banco Central Europeo (BCE) para combatir la COVID-19.

Del QE o compra de deuda soberana y corporativa –que alcanzó los tres billones de euros en sus tres ejercicios de funcionamiento- del primero, al helicóptero de dinero -750.000 millones de euros– para asegurar la financiación de los planes de estímulo fiscal de los gobiernos; además de  la relajación de las reglas comunitarias que exigen un control total del déficit y de la deuda, el aumento notable de la liquidez reduciendo los requerimientos de capital que deben cumplir los bancos para conceder préstamos, y la movilización de 37.000 millones en inversiones a cargo de los fondos estructurales.

El Banco de Japón, que ha mantenido su tasa en cero durante años, puso en el mercado una inyección monetaria de 4.600 millones de dólares. Y, el Banco de China, ha ofrecido 115.000 millones de dólares (0,8 % de su PIB), para que el sistema financiero del país los haga circular, en condiciones más que ventajosas, a su amplio entramado empresarial.

Paralelamente, y en la medida en que la política monetaria se va quedando sin municiones –de hecho, no estaba funcionando de todos modos a la hora de restaurar la inversión empresarial, la productividad y el crecimiento, incluso antes de la epidemia del virus–, se aboga por nuevos estímulos fiscales: es decir, un aumento del gasto público y recortes de impuestos a través de déficits en los presupuestos.

¡Políticas fiscales! es el grito universal de los economistas y los responsables políticos. El impulso fiscal de los países alrededor del mundo no tiene precedentes y ya alcanza los 8 billones de dólares. El Plan Marshall, para la reconstrucción de Europa al final de la Segunda Guerra Mundial, superó los 12 000 millones de dólares, equivalentes a algo más de 300 000 millones de dólares actuales.

Alemania, último reducto de la ortodoxia financiera, destaca por la contundencia de su reacción: destina un 4,4 % de su PIB a medidas de gasto público inmediato; un 14,6 % a retrasar impuestos y contribuciones; y un 32,2 % a otorgar créditos, avales y garantías para aumentar la liquidez. En total, el plan de expansión fiscal de Alemania asciende a unos 150 000 millones de euros (10 % del PIB).

Apenas EE.UU. mejora el gasto público inmediato de Alemania, debido a la particularidad del sistema estadounidense, con menos coberturas automáticas para los desempleados que Europa.

El Congreso norteamericano aprobó en marzo un plan de estímulo fiscal de proporciones históricas, superior a los dos billones de dólares (2,2 billones) y equivalente a alrededor del 10 % del PIB del país, que complementa los esfuerzos de la Fed. Incluye billonarias exenciones tributarias para las empresas, subvenciones a las transnacionales del país y el envío de cheques por 1 200 dólares a más de cien millones de ciudadanos.

Estas medidas se suman a los 300 000 millones de dólares en créditos puente a interés cero para empresas en apuros. El nuevo paquete de estímulo es el triple del puesto en práctica en 2009 tras el estallido de la crisis financiera, que ascendió a 700 000 millones de dólares.

Sin llegar a los niveles de Alemania, todos los otros países europeos diseñan paquetes de gasto anticrisis que hace sólo un mes se habrían considerado recetas para la insolvencia: Italia parece haber concentrado sus esfuerzos en el retraso de impuestos, el maltrecho gobierno italiano ha anunciado una inyección de 4 000 millones de euros, lo que supone romper las reglas del límite fiscal de la zona euro; otros países como Francia, Reino Unido y España, han hecho énfasis en los créditos y avales.

El flamante canciller de Hacienda de Boris Johnson, anunció un programa de exenciones tributarias y subvenciones para cubrir el 80 % de las nóminas de empresas nacionales cuyo coste parece tan astronómico que el Tesoro británico ni tan siquiera lo ha calculado.

Todo parece indicar que las políticas monetaria y fiscal se están convirtiendo en dos caras de una misma moneda, ya que muchos gobiernos están aplicando medidas de estímulo monetario y fiscal en serie.

La actual recesión global está resultando en una fusión de lo que tradicionalmente se han considerado las dos alas separadas de la política macro, la fiscal y la monetaria.

Es una cuestión difícil de economía política si el banco central o la tesorería están mejor posicionados para liderar el diseño de una respuesta política efectiva en este entorno. Japón ha estado en esta situación varios años y hasta ahora no ha logrado cortar el nudo gordiano.

La situación es crítica y empieza a ganar adeptos la polémica medida de “Lanzar dinero desde un helicóptero”, presentada por la teoría económica como el último recurso disponible en una situación de crisis extrema. Se trata de repartir dinero gratis a toda la gente cuando hay una profunda crisis con el objetivo de aumentar el consumo de las personas y reactivar la economía.

No es deuda para los gobiernos; es, como lo dice la metáfora, dinero “caído del cielo”. El dinero helicóptero, serviría para enfrentar el extraordinario incremento del déficit fiscal que probablemente resultará de las medidas implementadas para limitar el daño económico que está causando la pandemia.

El problema consiste en el escaso margen de maniobra de que disponen los gobiernos para aplicar políticas contracíclicas. Los programas fiscales y monetarios sin precedentes, aprobados por las autoridades en los diferentes países, son insuficientes para cubrir las pérdidas millonarias de los grandes bancos y las empresas medianas y pequeñas, e impedir la ola de quiebras que inevitablemente se producirá.

* Especialista y Jefe del Departamento de Comercio Internacional del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM).

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