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COVID-19: el fantasma de la Gran Depresión (2da Parte)

Es evidente que el coronavirus golpeará con mayor intensidad a los más empobrecidos y producirá tragedias inimaginables, si llega a los países con sistemas de salud inexistentes, deteriorados o demolidos, como muchos de América Latina y, sobre todo, de África. Se pronostica que las consecuencias económicas del confinamiento de la mitad de la humanidad serán severas


Martes 12 de Mayo de 2020 | 12:00:00 AM 

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¿Se pudiera hablar de otra década perdida para América Latina y el Caribe?. La pandemia sorprende a una región que ha sufrido medio decenio de crecimiento anémico por segunda vez desde los años 1980, su quinquenio de peor desempeño desde la Segunda Guerra Mundial.

En los cinco años perdidos con anterioridad, después de la crisis del Este de Asia de 1997, el crecimiento anual del PIB de la región promedió 1,2 %. Entre 1980-1985 –los peores cinco años de la crisis de deuda–, su comportamiento promedio representó el 0,7 %. En los últimos cinco años alcanzó apenas el    0,4 %.

La ortodoxia económica que se enraizó hace tres décadas se burló de la estrategia liderada por el Estado e instó a los países latinoamericanos a emprender políticas neoliberales fracasadas, que no pueden cumplir con su promesa. Por el contrario, durante 2014-2019 –con la caída en el precio de las materias primas, de cuya exportación dependen gran parte de las economías en la región–, el PIB per cápita latinoamericano se redujo un 0,6 % como promedio anual.

Así, la región está ante su posible segunda década perdida. Tras revisar en marzo significativamente sus últimos pronósticos de diciembre pasado que ubicaban el crecimiento en 1,3 % en 2020, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) estima ahora una contracción de -1,8 % del PIB regional –pronóstico optimista comparado con el -3,8 % de los economistas de Goldman Sachs y -5,2 % del FMI–, lo cual podría subir 10 puntos porcentuales el desempleo en la zona.

Esto aumentaría la cantidad de pobres de 185 a 220 millones, poco más de un tercio de la población total, que asciende a 620 millones de habitantes. En tanto que las personas en miseria extrema ascenderían de 67,4 a 90 millones.

El impacto de la pandemia llegaría a través de cinco canales. Un canal de transmisión es el efecto de la disminución de la actividad económica de varios de los principales socios comerciales en las exportaciones de bienes de los países de la región, en particular China.

Es esa nación asiática la que concentra el 10 % de las exportaciones –que representan un 2,6 % del PIB de Latinoamérica– y el 18 % de las importaciones de la región. Un descenso del 1 % en la economía de China, significa un descenso del 6 % en el crecimiento regional. CEPAL estima que las exportaciones de la región a ese destino podrían caer hasta 10,7 % en valor.

El país asiático es el mercado más importante para los productos sudamericanos, por delante de EE.UU. Tres de las grandes economías regionales –Brasil, Chile y Perú– tienen en el gigante de Asia el primer destino de sus productos y, el fantasma de 2015, cuando las materias primas se desplomaron y las principales economías latinoamericanas se resintieron, está en la retina.

China recibe anualmente el 26 % de las exportaciones de Perú y el 65 % de toda la producción de cobre peruano tiene como destino el gigante asiático. En Chile, donde el comercio internacional representa un 60 % del PIB, el 33 % de las ventas al exterior van a China, que es también el destino del 28 % de las exportaciones brasileñas y casi el 20 % de lo que Brasil importa.

Tanto en Chile como en Brasil, las alarmas ya han comenzado a sonar. Las compras chinas de alimentos chilenos han caído entre 50 % y 60 % desde el brote del nuevo coronavirus. Además, Argentina tiene a China como un gran cliente de su producción agrícola y vende alrededor del 70 % de su carne vacuna allí.

Una segunda vía de afectación proviene de la caída en la demanda de servicios de turismo, que impactaría más severamente a los países del Caribe. Se calcula que si la prohibición de viajes a causa del virus se prolonga más allá de tres meses, la actividad turística en esa área se contraería por lo menos     25 % en 2020.

Otro canal de impacto se daría mediante la interrupción de las cadenas globales de valor. Esto afectaría principalmente a México y Brasil, países que importan partes y bienes intermedios desde China para sus sectores manufactureros (en especial en los casos de repuestos para automóviles, electrodomésticos, productos electrónicos y farmacéuticos).

Por supuesto, las economías latinoamericanas se verían perjudicadas por la caída de los precios de los productos básicos (commodities), sobre todo los países exportadores de materias primas en América del Sur. Además la región sufriría una mayor aversión al riesgo de los inversionistas y el empeoramiento de las condiciones financieras globales, lo cual ya es evidente en la fuerte disminución de los índices bursátiles.

Todo esto sucedería en un contexto de menor margen de maniobra para aplicar políticas contracíclicas que en crisis anteriores. La depreciación generalizada de las monedas latinoamericanas acota el campo de acción de la política monetaria –unos tipos de interés más bajos contribuyen a relanzar la actividad, pero también avivan la salida de fondos–.

Ese es, precisamente, el mayor desafío regional en este punto: la muy limitada capacidad de aplicar estímulos, en un momento en que la fuga de capitales está en el inmediato orden del día. En el plano fiscal, también existen escasos grados de libertad de acción, en la medida en que los volúmenes de deuda pública se han duplicado desde 2009, en gran parte de las economías de la región. Solo unos pocos países con espacio fiscal o monetario, y con suficientes reservas internacionales podrán responder al choque. Tiempos recios sin pócimas mágicas.

En síntesis, con el desplome de Wall Street, el derrumbe del precio del petróleo, el brusco freno del aparato productivo chino, la recesión global ya en curso, y cada día más gobiernos cerrando fronteras o pidiendo a sus ciudadanos que se queden en casa, el panorama económico se ve desolador, particularmente para las naciones subdesarrolladas.

Es evidente que el coronavirus golpeará con mayor intensidad a los más empobrecidos y producirá tragedias inimaginables, si llega a los países con sistemas de salud inexistentes, deteriorados o demolidos, como muchos de América Latina y, sobre todo, de África.

¿Hasta cuándo y hasta dónde?

En la medida que la crisis económica mundial se profundiza y que la enorme factura de la pandemia se constituye en un hecho efectivo e irreversible, pasan a primer plano las preocupaciones asociadas a la profundidad y duración de la recesión. “¿Adónde vamos?”, se preguntaba Claudio Borio, jefe del Departamento Monetario y Económico del Banco Internacional de Pagos (BIS), el coordinador de los bancos centrales.

Existe consenso en que la recesión debería ser superior a la registrada después de la crisis de 2008 y algunos temen una gran depresión similar a la que sufrió el mundo después del crack de 1929, es el caso de Joan Roses, responsable del Departamento de Historia Económica de la London School of Economics. Mientras economistas como Kenneth Rogoff, ven trazas de la crisis de los setenta revivida, cuando el embargo petrolero de los países del Golfo cuadruplicó el precio por barril y dañó la sala de máquinas de las economías occidentales.

En tanto, en un artículo publicado a mediados de marzo, el semanario británico The Economist señala que a medida que la economía se sumerge en un apagón prolongado, algunos analistas creen captar en las crecientes perturbaciones económicas y el pánico del mercado, las primeras agitaciones de un colapso más grave que el de la crisis financiera mundial de 2007-2008.

En este contexto y en ausencia de una acción suficientemente agresiva por parte de los gobiernos, agrega el texto, el mundo podría enfrentar un colapso del mercado y la consiguiente depresión. Un pequeño grupo de economistas esperan que el corazón del reactor financiero pueda volver a partir sobre bases sólidas y llegar a una rápida reactivación que permita a los Estados borrar los costos faraónicos que tendrá la crisis agravada por la pandemia del coronavirus.

En aras de calcular la dimensión del impacto, es necesario partir del hecho de que la pandemia ha venido a inyectar una presión adicional a una economía global que ya venía en picada y que solo creció 2,9 % en 2019, el nivel más bajo desde la gran crisis de 2008-2009.

Antes del azote del nuevo coronavirus, la actividad económica se ralentizaba hasta detenerse en la mayoría de las principales naciones capitalistas y en las economías “en desarrollo” del “Sur global”: creciendo apenas 1 %, las economías de la Unión Europea (UE) y Japón lucían anémicas; Estados Unidos estaba al borde del “jaque mate” con su histórica expansión exhausta –errático dinamismo en torno al 2 % anual–; y las principales economías emergentes de Brasil, México, Turquía, Argentina, Sudáfrica y Rusia estaban básicamente estancadas, en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).

 Mientras, las enormes economías de India y China también se desaceleraron significativamente en el 2019; sobre todo la última cayó hasta 6,1 %, su resultado más bajo desde 1990. Muchas otras se contraían o estaban al borde de este proceso.

A todas luces, el daño económico de la pandemia se anticipa considerable. El coronavirus detonó las fuertes tensiones previas de los mercados y los enormes desequilibrios que acumula el capitalismo contemporáneo. Los intentos de los gobiernos por achatar la curva epidemiológica derivan en un empinamiento de la curva recesiva. Esta contradicción invade la escena a pasos agigantados.

Aunque algunas personas pueden trabajar desde casa, esto sigue siendo una pequeña fracción de la fuerza laboral total. Incluso si trabajar desde el hogar es una opción, la interrupción a corto plazo de las rutinas laborales y familiares con toda probabilidad afectará la producción.

En resumen, la mejor política de salud pública parece sumergir a la economía en una repentina paralización.  Como dijo Marx: "Hasta un niño sabe que una nación que dejara de trabajar, no diré que por un año, sino por unas semanas, perecería" (K Marx a Kugelmann, Londres, 11 de julio de 1868). Todos lo saben: las consecuencias económicas del confinamiento de la mitad de la humanidad serán severas.

A estas alturas, pocos economistas dudan que las caídas del PIB en Europa y EE.UU. serán del orden de 15-20 % en el primer y segundo trimestres de este año, registros solo vistos en la Gran Depresión de 1929.

Desencadenada en EEUU, la onda expansiva de la crisis se difundió con la rapidez de un rayo al resto del mundo y tuvo, in fine, consecuencias similares. Entre 1929 y 1932, la inversión se contrajo 89 % y el PIB cayó 26 % en Estados Unidos y 17 % en el resto del planeta, mientras el intercambio comercial se redujo en 50 %.

Más de 12 millones de trabajadores norteamericanos en ese periodo perdieron sus empleos (un cuarto de la población activa) y más de 100 millones de personas quedaron en la calle en el resto del planeta (33 % en varios países europeos), todos condenados a hacer interminables colas durante horas en las “ollas populares” para poder comer, según John Kenneth Galbraith, el economista que mejor ha estudiado ese periodo. La causa de la depresión fue el pinchazo de la burbuja en los mercados de acciones.

 Pero esta vez, los impulsos recesivos no tienen como disparador inmediato ni quiebras bancarias –que aún no sucedieron– ni los desplomes bursátiles consecutivos –aunque Wall Street perdió hasta ahora todo lo ganado durante la era Trump– sino que la situación se presenta invertida.

El riesgo bancario y los desplomes bursátiles, han sido precipitados por la parálisis contractiva producida por cuarentenas y cierres de frontera con los que múltiples gobiernos pretenden –en muchos casos tardíamente y en la mayoría de estos, con sistemas de salud destruidos por años de neoliberalismo– detener la pandemia.

Es la producción, el comercio y la inversión lo que primero se detiene cuando las tiendas, escuelas y negocios se cierran para contener la pandemia. Un shock de la oferta.

Otra de las grandes diferencias de esta crisis es que el impacto es secuencial: como si de un tsunami se tratase, el virus golpeó primero a China; luego llegó a Irán, Corea del Sur, Italia y al resto de la Unión Europea; hasta expandirse al mundo entero, incluido Estados Unidos, ahora oficialmente convertido en epicentro de la pandemia. Esta seguirá golpeando a diferentes países, de maneras diferentes y en diferentes momentos temporales.

La no sincronización complica la salida: puede prolongar su duración, crea problemas adicionales sobre el comercio e indica la urgencia de coordinación internacional: no hay forma de actuar aisladamente.

Así pues, el impacto económico de una cuarentena viral es imposible de modelar. Los modelos de predicción pueden saltar por los aires cuando aparece un “cisne negro” como la actual pandemia: moldear su impacto significaría saber cuánto durarán las necesarias medidas de emergencia y qué tan bien responderá el Gobierno, y hacer este pronóstico con cierto grado de precisión. El problema, por tanto, es anticipar cuánto tiempo va a durar la fase de incertidumbre radical y qué daños dejará en el sistema; es decir, cuándo podremos volver a fiarnos de los modelos macroeconómicos.

No obstante, en un intento por moldear el impacto tsunami sanitario, el profesor de economía de Berkeley, Pierre-Olivier Gourinchas, calcula que las medidas de contención de la pandemia reduzcan la actividad económica en un 50 % el primer mes y en un 25 % el segundo mes.

“Este escenario, explica Gourinchas, daría un brutal golpe al PIB mundial y provocaría una disminución del crecimiento anual del orden del 6,5 % en 2020. Como punto de comparación, la disminución del crecimiento en los EEUU durante la “Gran Recesión” de 2007-2008 fue de alrededor del 4,5 %. En ese análisis realizado en marzo, con la pandemia en plena expansión, Gourinchas concluye que “estamos a punto de ser testigos de un descenso que podría empequeñecer la “Gran Recesión”.

En línea con lo anterior, The Economist sugiere la posibilidad de que diversos “países centrales” experimenten caídas económicas cercanas al 10 % del PIB. Una situación que, resalta, si bien resulta relativamente frecuente en las “economías en desarrollo”, no lo es en los países “industrializados”. En los “países centrales”, agrega, la mayoría de las caídas registradas de esa magnitud estuvieron asociadas a las guerras mundiales o a la Gran Depresión.

JP Morgan predice que el PIB global podría contraerse a una tasa anualizada del 10,5 % en la primera mitad del año. Y, a partir de las recuperaciones experimentadas por el selectivo S&P500 tras las mayores caídas registradas en los últimos 50 años, la entidad de asesoramiento financiero Feel Capital pronostica que se necesitarán al menos siete años para que la economía global se recupere de la crisis agravada por la COVID-19.

Por: Faustino Cobarrubia Gómez

Especialista y Jefe del Departamento de Comercio Internacional del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM)

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